Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Tuve la oportunidad de trabajar en la Jagua de Ibirico cuando Carbones del Caribe era dueña de la mina, estuve dos años administrando una pequeña empresa que acarreaba el carbón del “hueco” hasta la trituradora. Años después la misma empresa contratista me llamó para administrarla de nuevo, ya la mina no era de Carbones del Caribe, Ahora era CDJ la cual era de Prodeco y esta a su vez de la multinacional Glencore.
Bueno trabajando con la empresa contratista, estaba pendiente que la maquinaria de nuestra empresa cumpliera con lo contratado (Cargadores, palas, tractomulas) seguíamos removiendo el carbón de los mantos descubiertos con las palas, recogíamos con los cargadores el carbón y lo arrumábamos en pilas que después cargábamos en los volteos y transportábamos a la trituradora, ahí teníamos otros cargadores para alimentar la tolva de la trituradora y subir a las mulas el carbón triturado con destino a Agua Fría, donde con cargadores lo apilábamos para después cargarlos a la tolva con que se cargaba el tren con destino a Santa Marta.
Trabajar dentro de la mina y poder pasearme por ella con libertad, en razón a mi trabajo me dio la oportunidad de mirar todo el proceso desde el retiro de la capa vegetal su depósito para ser reutilizada, la voladura con dinamita de la capa de roca estéril buscando los mantos de carbón que abrigaba la tierra hasta la extracción del mismo, cargue, trituración y transporte. Puedo decir que la mina en 24 horas es y no es la misma, pues en esas 24 horas tiene cambios, se puede decir que la mina es dinámica, hoy tiene una vía por aquí y mañana esta está cerrada y hay otra que la reemplaza.
Puedo decir que la mina es un hormiguero que bulle en actividad febril, de maquinaria pesada, enormes palas capaces de cargar 30 toneladas de tierra en cada palada, camiones gigantes (guacos) que cargan aproximadamente 240 toneladas de tierra, enorme maquinaria que hacían ver a las palas y cargadores de la empresa que administrada como unos enanos, es decir, en lo referente a las maquinarias se puede pensar sin ningún esfuerzo en “El país de Gulliver” , también puedo decir que en su interior se da ese frenesí laboral se siente una disciplina casi militar donde las normas de seguridad se cumplen o se cumplen; fui testigo de expulsión de varios de mis trabajadores por no portar la mascarilla o por no usar las botas de seguridad, el casco o las gafas de protección.
Me asombraba a cada rato, en los meses de lluvia, al ver como los doble troque cargados con dieciocho toneladas de tierra o carbón hacia un giro de 360 grados sin voltearse debido a la pericia de sus conductores y como se alarmaba la mina y la histeria de Mr. Grahan cuando alguno se accidentaba, así fuera un corte o golpe mínimo en la humanidad de un trabajador y la piedra de los trabajadores por no pasar el número de días sin accidentes incapacitantes, récord que se llevaba con mucho celo y que era premiado con morrales o termos por parte de CDJ a los trabajadores.
Siempre tuve la sensación de que era testigo de un feroz ataque contra la naturaleza, al ver el uso de la dinamita y luego, como esas enormes palas horadaban la tierra buscando quitar la capa de estéril para descubrir los mantos de carbón, estéril que era cargado por los guacos hasta los llamados botaderos, una especie de cerros artificiales donde se apilaba y compactaba el estéril por capas y cuando ya adquiría una determinada altura era cubierto con la capa vegetal que antes había retirado del sitio de explotación. Me asombraban los enormes huecos que habría las maquinarias, cráteres de treinta o cincuenta metros de diámetro, tal vez más y con profundidades de 15 o 20 metros, los cuales, en algunos casos le hacían el retro llenado.
Me asombraba el pueblo de La Jagua que, bajo la carbonilla, el ligero polvo de carbón, que se sentía en el ambiente contaminándolo todo y que respirábamos a diario llevándolo a los alveolos pulmonares. Me inquietaba la feria de dinero por parte de la alcaldía en contratación de papel y nutrida burocracia sin ninguna inversión en proyectos alternativos que sirvieran para reemplazar los ingresos por regalías para cuando acabara la explotación minera. Me inquietaba el que la gobernación no hiciera nada al respecto.
Bueno, Prodeco se va del país y devuelve los títulos mineros, ya se llevó el dinero y deja los problemas ¿Qué pasará con esos pueblos que vivían y malgastaban los recursos de las regalías?