Por Óscar Pallares Ropero

LA TRAMPA

     El año 1974 recogía sus corotos porque estaba de despedida; la brisa se descolgaba sigilosa por las faldas del Cerro de la Cruz, pasaba por el Bosque El Agüil para atrapar su frescura y abrazaba a todos en las puertas de sus casas, lozana y pura, anunciando la proximidad de diciembre. Los colegios eran un hervidero por la realización de los exámenes finales que hasta causaban fiebre.     Estudiante que no sacara mínimo 2.0 de 5.0, perdía la asignatura, así el promedio aritmético al final del año lo tuviera en la nota que fuera, por alta que la tuviera; y si sumaba tres, a repetir el año lo mandaban sin ninguna amargura.   Por esa razón hasta los buenos estudiantes preparaban los exámenes finales con mucho cuidado y dedicación para que no los sorprendiera ninguna nota menor de 2.0 que diera al traste con el buen desempeño académico que hasta ahí habían logrado.

     Con mi hermano Álvaro no había noche de la semana que no nos trasnocháramos a la luz de un mechón a petróleo para responder como debe ser con nuestros deberes escolares. En el solar de la casa teníamos un tablero que colgábamos en un árbol de totumo, amparados y rodeados de la inmensa sombra de la arboleda de mangos, mandarinos, guayaba castilla, cocoteros y naranjo que nos brindaban el solaz. Allí nos reuníamos a estudiar matemáticas con algunos compañeros que venían a escuchar nuestras clases preparatorias de los exámenes. Nos gustaba enseñar porque más nos enseñaban.

      Esos ejercicios “profesorales” en el solar de la casa nos permitía afrontar el examen con la holgura que da el saber de la estreches de tiempo que le habíamos cedido al ocio para tan transcendental momento académico del año.

     Porque en seriedad, era transcendental. El rector mantenía bajo llave las preguntas que había escogido del cuestionario que días antes el profesor de la asignatura tenía que proporcionarle. La temática escogida para la evaluación solo las conocía el profesor cuando todos estábamos sentados, en silencio y cagados del susto. Para prevenir el virus de la copia, ningún pupitre estaba a menos de dos metros uno de otro.

    En la madrugada del día de la prueba, suavemente tocan a la puerta de mi casa. Entre dormida y asustada, mi mamá preguntó ¿quién es? Señora Sofía, somos nosotros, G…, M… y R… y traemos una razón para Oscar y Álvaro. Sigilosamente como llegaron se fueron.

      Cuando regresamos del interrogatorio académico anunciamos que nos había ido bien: salieron los temas que estudiamos, mamá. Menos mal, porque yo no estoy de acuerdo con lo que hicieron los amigos de ustedes, que se consiguieron, yo no sé cómo, las preguntas del examen y esta madrugada vinieron a traérselas.

Acá están, en este papel, dijo, y arrugándolo lo tiró al fuego del fogón de tres piedras sobre el que hervía la sopa de fríjol del almuerzo.

PRIMER RECREO: ¿Cuantas veces a que la señora Personera Municipal sufre el acoso de la difamación, la trapacería jurídica, el destierro de oficinas públicas y hasta la amenaza de muerte?

    Lo mismo le ocurrió a la señora directora de tránsito quien fue objeto de ataque cibernético a su intimidad, y lágrimas le costó a la señora directora de DASA su permanencia en el puesto.

    ¿Estaremos frente a actos de misoginia? La sociedad morroca debe vacunarse y enfrentar con entereza estos brotes por cuanto este virus, de exacerbarse, puede traer como consecuencia el feminicidio de que trata el código penal en su artículo 104 A. 

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