Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Escribir un libro demanda mucho esfuerzo, trabajo, concentración, mucha lectura, aislamiento, investigación, desprendimiento de aficiones y costumbres rutinarias y otra cantidad de cosas que el escritor se ve precisado hacer para lograr su objetivo. Pareciera que la labor de escribir el libro parara ahí, pero no. Abandonar algunas rutinas para adquirir o practicar otras no es fácil, en éstos tiempos de redes y tecnologías, abandonar el Tuit, el wasap, el Instagram, el Facebook es una de las cosas que requieren férrea voluntad para que el escritor se aislé; claro está que en los recesos de la escritura devora las redes en forma compulsiva y como un loco dispara tuits, publica estados y opina en todas sus redes. Apagar el celular, decirle a la familia que nieguen su presencia a cualquier visita en las horas de su rutina de escritura, es también, parte de los sacrificios que encierra el arte de escribir.
Ahora si debes escribir y atender tus asuntos laborales la cosa se complica más, pero ello se resuelve afincando las rutinas de escritura, fijando horarios para tal fin y como decía, Atahualpa Yupanqui, apagando la lámpara mucho más tarde. Terminado el texto borrador, viene la reescritura, la corrección, eliminar, adicionar, suprimir, adaptar, replantear, el inconformismo con lo realizado, las ganas de destruir lo escrito y comenzar de nuevo. La lectura y relectura en horas interminables antes de dar a leer el texto a algún amigo o familiar con criterio formado y que sea capaz de criticar sin piedad lo producido y que esa crítica sitúe al escritor y le baje los humos de genialidad que se ha creado al momento de escribir.
Pasar a otros lectores externos, generalmente amigos que bondadosamente acceden a dedicar unas horas a leer el texto, la espera impaciente por escuchar o leer el comentario de ese o esos amigos, luego de lo cual, nuevas lecturas, correcciones, cortes, agregados, en fin repetir procesos ya realizados, hasta que llega el momento de sentimientos ambivalente de pavor y al mismo tiempo alegría de poner el punto final y si tienes los recursos suficientes pasar ese texto a un corrector de estilo y si no jugártela como esté y mandarlo a imprimir, no sin antes enfrentar el dilema de la carátula.
Ya en la imprenta, te llega el primer machote, es decir un borrador impreso y encuadernado de tu libro, el cual debes leer con mucho más cuidado y volver a corregir para devolver a la imprenta, luego el segundo machote, y encuentras con sorpresa que sigue habiendo errores, bien de estilos y/o ortográficos y debes de nuevo corregir frases, sintaxis, párrafos, palabras en fin de todo. Días después te llega el tercer machote, el cual debes leer cuidadosamente y corregir errores que no habías visto y devolver el machote corregido para la impresión. A partir de ahí corren los tiempos de la Cámara del libro para asignarte el código de barra de ISBN y finalmente, por fin, puedes abrazar tu libro como si fuera tu primer hijo recién nacido.
Con él libro en las manos sufres una exaltación jamás sentida, una alegría inmensa, un júbilo que inunda tu alma y te llena a plenitud, te sientes realizado. No sabes aún que el proceso continúa, buscar lectores, buscar quien te compre el libro, buscar quien lo quiera vender. En tanto los amigos llegan a pedirte regalado el producto de tu numen, otros más recatados y considerados lo comprarán, pero tu alegría sigue intacta, tu exaltación perdura y tu ego inflado sigue ahí, diciéndote ¡Lo lograste!
Pensé que eso se sufría en el primer libro, yo lo sufrí, pero a resumidas cuentas se sufre en todos, en el segundo, en el tercero, en el cuarto, hoy lo estoy subiendo con mi quinto libro, he pasado por todo el proceso narrado anteriormente, lo he sufrido casi que en forma similar con todos mis libros, muy a pesar de que estoy más maduro y que bajo el puente de mi edad han pasado muchos años, pues peino canas y mis hirsutas barbas se han encanecido también.
Este quinto libro lo dedico a todos ustedes mis queridos lectores, pues con sus lecturas hicieron posible el milagro de que siguiera escribiendo. Lo dedico a Panorama Cultura y a El Nuevo Sur que les dieron hospitalidad a mis escritos. A los amigos que me pidieron que reuniera esos textos en un libro para facilitar su lectura y preservar el anecdotario de mi pueblo. Gracias a todos.