Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Mujer de piel oscura, sesentona, hija de un medio hermano de mi madre. Vive al lado de mi casa, todos los días llega tipo nueve de la mañana e inicia el aseo de mi hogar, lo hace mientras habla de los sucesos del día anterior, poniéndonos al día sobre las estadísticas del Covi en el pueblo, los enfermos y remisiones que hace el hospital local, por quién doblan las campanas ya que sabe con precisión el nombre del finado, su familia y la ubicación de la vivienda, amén de las causas de su muerte.
Amanda Amada, ese es su nombre, desde que llega comienza a poner en orden la casa y con su mamadera de gallo me dice las verdades que el resto de mi familia no me dice, sospecho íntimamente que hay un complot entre ella y mi familia para decirme las cosas. Por ejemplo, me dice que soy un desordenado que dejo el baño mojado al bañarme, o que salgo con las chanclas mojadas y mojo el pasillo, también es frecuente el reclamo de que al tomar la ropa para cambiarme desordeno el ropero o que dejo los zapatos fuera de la zapatera.
De mi estudio ni se diga, llega con el ceño fruncido y me dice, hágame el favor y sale de aquí que voy a barrer esto, yo me río de su osadía y salgo con lentitud, escuchando como me regaña por tener el reguero de libros sobre el escritorio, los apila a su manera y cuando termina me dice entre, ya todo está arreglado, ojalá no lo desordene. En efecto entro y todo está ordenado, el problema es que cerró los libros abiertos, sacó los separadores de página y los apiló, yo tengo que ponerlos en mi orden (para ella desorden) pues estoy leyendo o extractando citas de esos textos y de nuevo mi escritorio recobra esa apariencia de abandono y desorden (de loco dice ella). Si por alguna razón vuelve a entrar a mi oficina, frunce el ceño y dice con severidad «Nojoda, usted no aprende a vivir en orden, ya volvió a tener el reguero de libros y papeles, me avisas cuando termines para entrar a arreglar esta vaina de nuevo», solo me río, para qué explicarle si su fijación por el orden no le va a permitir entender mi trabajo.
Los domingos y feriados, se va de farra todo el día y en la noche cuando llega a su casa, la escucho llamando a Luna, su gata negra con blanco, ella dice que es virgen y yo le digo que ya no lo es. Que Luna es una gata muy astuta, pues sabe cuándo su dueña sale a parrandear y aprovecha para darse su buena vida con el gato de la vecina, Amanda Amada en su borrachera lo niega y habla muy seriamente con Luna, diciéndole en tono de reproche que como salga embarazada se va de la casa porque ella no tolera esos atrevimientos, que mientras viva en su casa tiene que hacer lo que ella diga.
Amanda Amada es de pelo corto pero de vez en cuanto luce unas extensiones que le llegan hasta la media espalda, yo le mamo gallo, preguntándole qué champú usa, ella me dice que para qué quiero saberlo, le digo que para usarlo yo, pues me llama la atención la forma como le hace crecer el pelo de un día para otro; en respuesta se burla de mis canas y de mis enmarañadas barbas blancas, que use tinte porque ya estoy viejo.
Ella es una fumadora empedernida y creo que su mal genio cuando llega a la casa obedece a que no le permitimos fumar en nuestro hogar, entonces cuando las ganas de fumar la vencen deja la escoba, el balde y el trapero y se va a la puerta de su casa, enciende un cigarrillo y fuma con fruición. A veces salgo a la puerta y al verla fumando me quejo, nada más para molestarla, de que el olor a tabaco me fastidia y no me deja escribir, en ese caso ella me responde con altanería, que ella en su casa fuma todo lo que le dé la puta gana y que los vecinos no tienen por qué meterse en su vida, me río y entro y sigo escribiendo. Al rato llega ella y retoma su tarea de aseo echándome vainas por todo lo que esté desordenado.
Cuando termina el aseo de la casa, prepara su discurso para lo que encontrará en el patio, allá los responsables de todo desorden son mis mascotas, mi perro Ares y mi gata Temis, Amanda Amada comienza el aseo del patio echándole vainas a mi gato y a mi perro, me he dado cuenta que ella calumnia a mis animales, los culpa de dañar las matas del jardín de mi esposa y finaliza diciendo que el culpable del comportamiento de mis animales soy yo, dice ella para reforzar su afirmación, que yo los mimo y consiento demasiado. En fin, ya me acostumbré a las cantaletas y reproche de Amanda Amada.