Por: Diógenes Armando Pino Ávila
En una de esas parrandas de pueblo, donde se escucha música, se narran anécdotas, se cuentan chistes y se raja de los vecinos, no sé, por qué tocamos el punto del estancamiento económico de mi pueblo y se aducían un sinnúmero de razones, algunas muy bien perfiladas y sesudas, mientras que otras solo caían en el gracejo y el chascarrillo. La charla se fue profundizando y el interés sobre el tema iba en aumento.
Todo comenzó con el comentario de que las tiendas del pueblo donde los paisanos eran los dueños, estaban desapareciendo y siendo reemplazadas por tiendas de personas no nativas de la localidad, que poco a poco se iban apoderando del comercio de abarrotes y hoteles de nuestro pueblo. Algunos con la acidez característica y humor negro de nuestra gente, se burlaban de que los paisanos iban a Pailitas de pasajeros y hacían compras en los graneros y depósitos de ese pueblo para luego revender en Tamalameque, mientras que los comerciantes foráneos viajaban a Ocaña y compraban a mejor precio, por tanto, podían vender rebajado y así tumbaban y sacaban del mercado la competencia nativa.
Otro apuntó que la costumbre de compra tradicional del pueblo de ir a la tienda por cada elemento que necesitara iba a aburrir a los cachacos y que la costumbre y la tradición los sacaría del mercado local, otro de muy mala leche acotó que la gente nuestra acostumbrada al fiado no se acomodaría al modelo interiorano que estaban implantando, ya que ellos no fiaban. Otro con gracia opinó diciendo «todo lo han cambiado, cuando “pelao” uno compraba la mano de plátano, que eran cinco plátanos, ellos la pasaron a unidades y ahora la venden por kilos», en efecto las medidas y usos comenzaron a ser cambiados. En los almacenes se compraba la tela por yardas y pasó a negociarse por metros.
En fin, se adujo muchas razones para que se diera el cambio de dueños de las tiendas y entre mamadera de gallo y risas se hizo un análisis sobre el particular. Muchos años después (15 para ser exactos), en una nueva parranda se volvió a tocar el tema, ya había otros participantes y con esa petulancia propia del intelectual de pueblo, que vive en la capital y que solo viene de visita una vez al año, comenzaron a opinar, uno de ellos se regodeó hablando del Producto Interno Bruto, PIB, pronunciaba con énfasis de catedrático, y se perdía en disertaciones económicas de alto turmequé.
Al terminar el primero, siguió otro de los contertulios explicando que el progreso se mide por el Índice de Desarrollo Humano, IDH, o el Índice de Una Vida Mejor, acotando que esta era medida aconsejada por la OCDE y con énfasis aclaraba la sigla pronunciando lentamente «Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico OCDE. Otro de los intelectuales habló de la Medición del Bienestar Subjetivo. Mientras teorías iban y teorías venían se libaba trago corto y se escuchaba a los cantantes de la música de acordeón de moda.
Muchos de los presentes no opinábamos, escuchábamos atentos valorábamos con recelo la sapiencia de los expositores que se pavoneaban con arrogancia sobre su supuesta experticia sobre el tema. Uno de los presentes, al que llamamos Teo, así, solo Teo, tomó la palabra y con su voz característica de chiriguanero dijo «Yo no sé tanta teoría, pero para mí el progreso de los pueblos se mide por la cantidad de putas y bandidos que haya, y aquí en Tamalameque ni lo uno, ni lo otro y si lo hay son muy poquitos, por tanto, no hay progreso». Todos soltamos la carcajada y aplaudimos la teoría sencilla y elocuente que nos daba Teo.
Hoy, casi 30 años después, cuando la mayoría de casas del centro del pueblo están ocupadas con pequeños negocios comerciales, y que en menos de un mes hicieron cuatro atentados contra residentes de mi pueblo, ahora cuando día por medio se presentan motorizados con cascos y atracan a los desprevenidos paisanos, cuando en el único cajero hacen el cambiazo de tarjetas, me viene a la cabeza la teoría de TEO, y me pregunto ¿Será que llegó el progreso a mi pueblo?