Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Los papás, o mejor algunos, en ellos incluyo mamás y papás, tenemos la tendencia a magnificar las buenas cualidades de nuestros hijos, los miramos a través de una lente que aumenta exageradamente sus potencialidades. No digo que eso sea malo, pero hay que darle manejo porque lo que acostumbramos hacer, con la creencia que, con ello le levantamos la autoestima, puede convertirse en una sobrevaloración del niño y una inflada megalómana del muchacho que a la postre le va a perjudicar en su desarrollo emocional, intelectual y social.

   Ahora con la pandemia y la virtualidad se ha develado en parte ese mito de genialidad de nuestros hijos, el ala de su angelical imagen idealizada por los padres ha perdido, en parte, su plumaje. La permanencia prolongada en casa al lado de padres y hermanos ha descubierto la fisura entre lo que el padre creía de su hijo y lo que el hijo realmente ha sido. Como padres, de seguro, hemos encontrado que el temperamento de nuestro hijo no era la seda que creíamos y encontramos algunas aristas con aspereza de lija que antes no conocíamos o no queríamos ver.

    La mayoría creemos tener en el hogar a Einstein, María Curie, Gate o Steve Job o qué sé yo, otro genio de las ciencias, pero en realidad tenemos niños o jóvenes normales con un grado de desarrollo psicológico acorde con su edad y un nivel intelectual acorde con la gradualidad escolar, en algunos casos hay mayor madurez y mayor grado de comprensión, todo regulado por las diferencias individuales que como unidades psicosomáticas únicas e irrepetible son cada niño o individuo. Con lo anterior no quiero decir que no haya genialidad y talento en algunos niños y jóvenes, lo hay, pero también hay que ver las múltiples circunstancias que lo pueden potenciar o truncar, una de ellas, por supuesto, y lo escribo de primero, es el maestro pero ello está condicionado por muchas variables a saber:  el entorno escolar, el ambiente de aprendizaje, el método, los recursos didácticos, en fin muchas cosas que nuestro sistema escolar no provee, también hay que tener en cuenta el entorno social en que se desenvuelve y el entorno familiar que lo cobija.

    En algunos casos metemos la mano al fuego, sosteniendo que nuestros hijos son un dechado de virtud y valores, creemos que sobresalen en responsabilidad y cumplimiento porque lo vemos todo el día ante la computadora y cuando le preguntamos nos dicen que están estudiando, o leyendo sobre un tema en particular para desarrollar una tarea o trabajo escolar. Como confiamos en él, no nos damos el trabajo de mirar, de revisar si realmente está indagando, buscando información para realizar un trabajo, damos por cierto su dicho. No nos damos cuenta que en realidad, en algunos casos, no en todos, el joven está navegando en las redes y pasa de grupo en grupo, de Facebook, a Wasap o cualquier otra red, o a lo mejor está jugando.

    Lo educadores en nuestra jerga de oficio utilizamos dos palabrejas que la praxis pedagógica nos han enseñado, una de ella es el ausentismo, que es cuando el estudiante no asiste al aula, sea que no vaya al colegio o estando en el colegio se hace el remolón y no entra al aula a recibir la clase correspondiente. Este comportamiento es común en nuestro sistema escolar y se controla dentro del colegio, pero cuando el joven sale de su hogar para el colegio y no llega a él, sino que se queda en otro sitio, jugando maquinita, futbol o sencillamente en un Café Internet, el docente y la institución no tiene el manejo ni el alcance para controlarlo, solo puede manifestar al padre de la ausencia del joven y ahí termina su control y se lo pasa al padre de familia o tutor del menor.

    La otra palabreja que usamos los docentes es la llamada presentismo, que es como denominamos el caso de los alumnos que llegan al colegio, incluso entran al aula y presencian la clase, ojo, digo presencian la clase por cuanto están dentro del salón, pero no participan, no hacen tareas, no toman notas, solo dejan la cara y el cuerpo porque el pensamiento, su mente, sus ganas están puestas en otra parte, en su novia, en el parche de amigos, en los problemas del hogar. Es un joven que evade el presente del aula y se encierra en lo que le gusta o disgusta.

    Creo que, como padres y maestros, nos hace falta mirar con más detenimiento la parte comportamental del niño o el joven, detectar problemas, abordarlos y abrir un diálogo sincero y amigable con nuestros hijos. De nada sirve trasladarle la culpa al educador o al colegio debemos tomar el problema y con responsabilidad afrontarlo y tratar de resolverlo.

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