Por: Diógenes Armando Pino Ávila

     Todo comienza en aquellas épocas remotas, en que la historia, la cultura, el poder y la comunicación se centraron en Bogotá. Concentrado el poder en la capital de la Nueva Granada, desde allá se trazaba la vida y la muerte hacia la periferia, La Independencia provocó algunos cambios pues, la subversión de los patriotas dinamiza otras formas de comunicación que buscan ser más asequibles a sus huestes, sin embargo, no la democratiza, tan solo la concentra en los centros de poder y los nuevos detentores que iban surgiendo según los acontecimientos.

     Dada la Independencia, se inicia una comunicación en los estados o departamentos, los que dominan el poder en éstos, concentran la información y comunicación en las capitales y desde allí comienzan a escribir su propia historia, contando y detallando gestas de sus pueblos, incluso magnificándolas con el objetivo consciente o inconsciente de dominar las provincias. Uno de estos casos para mencionar el que toca en el caso que me ocupa fue el de Santa Marta; se fortalecieron políticamente y nutrieron ese poder siendo el epicentro cultural, histórico, político y económico de ese vasto territorio conocido como el Magdalena Grande.

     Con la creación del departamento de la Guajira en 1.965 y el departamento del Cesar en 1.967, se consolidó una nueva concentración de comunicación en que las capitales de estos departamentos, que en ese entonces eran pueblo, iniciaran un proceso evolutivo buscando convertirse en ciudades para ostentar con orgullo sus dignidades de capitales departamentales. Por su cercanía y parentela Riohacha y Valledupar, a pesar de rivalizar, hicieron un recorrido similar, pues tenían costumbres, tradiciones y entramado familiar comunes, estos dos pueblos crearon sus propios mitos fundacionales tratando siempre de mostrarse como superiores a los pueblos que les tocaba gobernar.

    Por comodidad y metodología de este texto, abandonaré la Guajira y me concentraré en el Cesar. Sentados en el poder, la emergente clase política, propiciaba y patrocinaba como mecenas la publicación de textos, libros, revistas con recursos del erario, destinados a mostrar el poderío capitalino, de ahí que se publicaron algunos textos de historia donde Valledupar era, literalmente «El ombligo» del Cesar y los otros pueblos fueron ignorados o invisibilizados por completo con la intensión tácita de dominarlos valiéndose de la negación de su historia y valía.

    La literatura publicada por la gobernación del Cesar, solo acogía a una casta capitalina (la historia contada desde el poder y para el poder), la historia de los pueblos no era contada ni tenida en cuenta, se cuidaban de esconderla, invisibilizarla, mientras magnificaban ridículamente algunos hechos de la historia capitalina, tales como sus límites y fronteras, sus gestas y donaciones fabulosas a la causa libertadora. Consolidado el poder de esa clase emergente, soltaron un poco las amarras y patrocinaron publicaciones en libros y cartillas de historia y geografía donde en el corpus del texto en un noventa por ciento se hablaba de Valledupar y a los territorios le dedicaban unos 5 o seis renglones como máximo, con esos textos oficiales educaron a estas generaciones, de ahí que implementaron el chip de la baja autoestima en los estudiantes de los territorios y el orgullo de sus capitales.

    Lo mismo ocurrió y sigue ocurriendo con la cultura, el dinero de este rubro se reparte a manos llenas en la capital y a los pueblos llegan miserias, con el propósito claro de mantenerlos sumisos y genuflexos, de otra manera no se puede concebir que patrocinen nuestros festivales y fiestas pagando desde la gobernación o la sectorial de cultura, aportando, no dinero para potenciar lo propio, lo terrígena, sino, que por el contrario patrocinan nuestras fiestas enviando grupos vallenatos.

    Ahora bien, la culpa no solo ha sido de la clase dominante, en algunos casos la culpa es compartida, pues los territorios han dado personas talentosas con dotes escriturales, pero estos en su mayoría, imbuidos en la corriente oficial de la hegemonía capitalina, en algunos casos y otros buscando congraciarse con esa clase, han prestado su pluma y saberes para cimentar dicho poder, y siguen cantando loas a las gestas del poder, a la historia y la cultura dominante contribuyendo a invisibilizar y a la negación de lo propio, en aras de consolidar, de fortalecer la historia oficial y la cultura dominante.

     Es hora de reescribir la historia, es hora que los hijos de los territorios pierdan el miedo reverente a la casta dominante, es hora de levantar la voz y fortalecer la cultura vernácula, es hora de mostrar los valores culturales, la historia y la tradición de nuestros pueblos. Sobre todo, es hora de hacernos sentir, oír y respetar, porque desde los territorios se piensa, se reflexiona, se conoce y se mantiene una cultura propia, importante y valida que hay que mostrar ante propios y extraños.

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