Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Siempre me ha llamado la atención esa expresión coloquial que la gente dice, al referirse al alguien de familia económicamente bien situada, esa a la que llaman «gente de bien» y que, por ello, el común dice que «tiene el futuro asegurado», como si el futuro no fuera la incertidumbre del porvenir, lo desconocido por descubrir.
El año viejo (2021) fue un año duro para todos, se quebraron prosperas empresas dejando a sus propietarios en la ruina o en el mejor de los casos con algunos fondos para recomenzar. Fue un año donde muchos perdieron sus empleos por encumbrados o modestos que fueran, perdieron su fuente de trabajo y sustento y fueron sumidos a esa masa deambulante dentro de la incertidumbre laboral que brega día a día por conseguir trabajo, que día a día envía hojas de vida con la esperanza de ser tenidos en cuenta dentro del abanico de posibles candidatos a un cargo y que esperanzados aguardan una respuesta, una aprobación, una esperanza para levantar el vuelo laboral y poder proveer el sustento a sus familias.
El año que despedimos hace poco (2021) trajo desolación, tristeza, muertes, angustias, encierros, depresión y sobre todo la iliquidez económica en esos hogares donde los exiguos ingresos no alcanzaban para solventar las necesidades y que padres y madres tenían que hacer milagros y malabares para poder sobreaguar con su familia sin perder la dignidad y el decoro. Ese año (2021) será recordado por las generaciones venideras, bien por haber vivido sus angustias o por ser referidos por padres y abuelos del futuro, como un año negro que golpeó despiadadamente a las familias.
Ya entramos en un año Nuevo (2022), todos aspiramos que las cosas cambien, que la economía nacional se estabilice, que haya generación de empleos, que las oportunidades renazcan, que los padres encuentren el sustento diario para sus familias, que la mano del Gran Dios aparezca para guiarnos. Todos hemos hecho propósitos de cambio, todos creemos que esta vez manejaremos mejor las oportunidades que nos da la vida, que manejaremos mejor las finanzas personales y familiares.
Este año (2022) comienza con la falsa ilusión de que la mayoría de colombianos somos millonarios (el salario mínimo está por el millón de pesos) y eso fue anunciado con bombos y platillos como un logro social del gobierno de turno, sin embargo, la inflación del país está desbocada, el aumento de la gasolina, el valor del dólar en aumento por sobre la barrera de los 4.000, el aumento del transporte. Todo agravado con la práctica de corrupción en las instancias gubernamentales, la famosa tumbada que hicieron los de Centros Poblados de los setenta mil millones de interconectividad para los colegios rurales que se suponía ayudaría a reducir la brecha de desigualdad social y que sin ningún escrúpulo se «abudinearon».
La pandemia continúa con pronósticos encontrados de que la nueva cepa Ómicron es más agresiva dicen los medios internacionales, mientras que el Minsalud sostiene que es menos agresiva. A todas estas, Colombia sobreagua en un mar de confusiones e incertidumbre en un ambiente caldeado por la política y convulsionado por los grupos al margen de la Ley que atentan contra la tranquilidad ciudadana, mientras el gobierno se desgañita prometiendo intervención contundente e investigaciones exhaustivas sin que los resultados se muestren.
Cayó Otoniel y salieron nuevos Otonieles, eliminaron a cabecillas de las disidencias y salieron nuevos cabecillas como si por cada culebra arrancada de la mitológica Medusa nacieran miles de serpientes en su figurada cabellera. De todas maneras, «somos el país más feliz del mundo», eso dicen los medios y repite la gente con la esperanza de un futuro mejor. La verdad ante la tragedia que somos como país, algo debe haber de cierto en eso de la felicidad, pues de lo contrario esta «corraleja humana» fuera un todos contra todos en una guerra civil.
Dios nos siga protegiendo y manteniendo felices a pesar de estos avatares amargos que aquejan el diario vivir de un país con inmensas riquezas y desigualdades mayúsculas.