Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Vivimos en una Colombia descuadernada, donde la violencia se ha enseñoreado en campos y ciudades, donde la ausencia del Estado es tan notoria que ya no sabemos que hacer o cómo comportarnos ante la arrolladora corriente de despropósitos salidos de madre, al punto que el ciudadano de a pie no sabe si su actuación está enmarcada dentro del orden constitucional o traspasa los linderos hacia lo ilegal.
Se escucha y se lee en los medios de comunicación que las fuerzas del orden no actúan por que la observancia de los Derechos Humanos o la crítica de connotados estudiosos dice que han sobrepasado los límites al atropellar al ciudadano y a la protesta pacífica. Se dice que condenar a los autores de crímenes execrables como los falsos positivos le baja la moral a la fuerza pública, como si trasgredir la Ley fuera la esencia de esa moral. Se comenta que a las disidencias y guerrillas se le juzga sin severidad y que la crítica no es igual ante los grupos ilegales en comparación con los mismos tópicos de las Fuerzas Amadas y de Policía. Se cuidan de no aclarar que los primeros son grupos ilegales, bandidos, si se quiere, mientras que las Fuerzas Armadas y de Policía son el brazo coercitivo del Estado y que mientras los primeros siempre han actuado desde la ilegalidad con una contundencia criminal, a los últimos se les exige la observancia de la Ley que es lo mínimo que se le puede pedir a quienes las leyes y los ciudadanos han dado el mandato de guardar el orden y la protección de la honra, vida y bienes de las personas.
Ahora en plena campaña electoral, en esa “pelea de perros”, como decimos los del Caribe Colombiano, se observa la falta de coherencia en los discursos y críticas, como si lo que menos valiera para ser presidente colombiano fueran las ideas. Se escucha de parte de los candidatos un sartal de ideas manidas, adobadas en esa retórica veitejuliera de los años 60s, donde solo buscan el efecto de la sonoridad de la palabra y no la fuerza transformadora de las ideas y propuestas realizables que vayan en beneficio de este pueblo sufrido.
No comprende el ciudadano común, como en un país de jóvenes manejen los intríngulis de la política pieza museológicas, por no decir arqueológicas como los expresidentes Gaviria, Pastrana y Uribe. Por qué se toman el debate político como campo de batalla para sangrar heridas abiertas y segregar bilis contra los otros expresidentes, sembrando odios, rencores y prevenciones que van en contra del proceso de resiliencia que requiere el pueblo colombiano.
Por qué se escucha todavía el traslado de culpas de nuestros políticos, ministros y el presidente mismo, señalando que los graves problemas de orden público se derivan de Venezuela y señalan a Maduro. O al expresidente Santos, pero se guardan de mencionar que estamos al final de un gobierno de cuatro años en cabeza de Duque. Se pregunta el ciudadano por qué con tan alto presupuesto de guerra y sofisticados artefactos no controlan en frontera a dichos grupos; por qué no se hace la guerra contra ellos. Inquieta además el exterminio sistemático contra los Defensores de Derechos Humanos y líderes y lideresas, se interroga la gente del común que ganan los grupos ilegales asesinar a gente inerme si la guerra es entre guerrillas y grupos disidentes y de estos con las fuerzas militares y de policía.
En fin, hay tantos interrogantes sin respuestas que me llevan a pensar y relacionar el caso colombiano con la película de Netflix “No mires arriba”, donde en el lenguaje metafórico del guion, se confabularon los medios de comunicación con el gobierno de Estados Unidos para lanzar un corriente opinión que se instauró como una matriz de pensamiento que aletargó la razón del pueblo para no ver ni entender la inminencia del peligro apocalíptico del cometa descubierto por Kate Dibaisy, candidata a doctorado en la película y comprobado y refrendado por el personaje Randall Mindy encarnado en el Actor Leonardo DiCarpio.
En dicha cinta encuentra periodistas banales como los nuestros que toman como chistes de farándula los planteamientos serios, mientras magnifican las mentiras de los que son patrocinados por los grupos de poder y los dueños de empresas y medios de comunicación. Será que ese cometa metafórico que finalmente destruye la tierra en la política y que aquí en nuestra patria es la corrupción, terminará destruyendo lo que más apreciamos, lo que amamos y llamamos patria o por el contrario en esta contienda electoral que se avecina seremos capaces de diferenciar el oro de la escoria y en el crisol de la democracia, votaremos con contundencia contra los corruptos y favoreceremos el cambio que requiere nuestro país.
¡Hay que mirar arriba!