Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Llegó una nueva temporada electoral, carros de alta gama visitan las polvorientas calles de nuestros pueblos. Es la época de soluciones milagrosas, donde los políticos sacan del cubilete toda suerte de milagrerías para solucionar los problemas de las comunidades. Estos políticos necesitan el voto de todos los pobladores, más, sin embargo, son excluyentes en el trato social, pues solo visitan a unos cuantos, los de siempre, como si esos tuvieran atrapados en sus redes al votante raso.

     El pueblo que a fuerza de golpes ha ido aprendiendo, mira el fenómeno y trata de alinderarse al lado de los escogidos con la esperanza de disfrutar, así sea por un día las mieles de los cincuenta mil. Hay otros más astutos que arman tolda aparte y se erigen como líderes, dueños de cauda electoral, en esa parcelación social con que los avivatos y los políticos dividen a los pueblos, cuelgan letreros, pasacalles, afiches y pancartas en favor de los candidatos.

    La dinámica política a nivel departamental ha cambiado, hay candidatos que se mueven como peces en el agua y reman complacidos en las aguas turbias de sus partidos, arribando a puertos cautivos donde sus líderes manejan los hilos del poder con el engaño y el tufo putrefacto de la disciplina partidista que se heredó de los abuelos. Son dueños y señores del pensamiento de sus copartidarios, los que creen pensar con el pensamiento de sus jefecillos locales, y estos creen que piensan repitiendo el planteamiento y pensamiento de sus jefes departamentales, en un intercambio de ideas que nacen muertas pues en ellas supura la sumisión, la dominación, la ignorancia y el engaño.

    Esa misma dinámica política ha hecho que personas comunes se invistan de esa aureola falsa del político y armen grupos locales que compiten por una porción del reparto del botín económico pre electoral, es decir negociaran con los candidatos un número de votos, ténganlos o no, no importa, lo que les interesa es disfrutar de unos pesos de ese jugoso botín que reparten a manos llenas cada cuatro años en ese mercado negro de la política regional y nacional.

    Cada uno de los jefecillos, ofrecen a los candidatos un número elevado de votos y cada uno de los nuevos jefecillos hace lo mismo, es decir, de acuerdo al estatus ofrecen de dos mil, mil o quinientos votos y por ello reciben altas sumas de dinero para la campaña y luego en la fase final, la de elección, les entregan altas sumas, para camisetas, comida, transporte y licor, naturalmente también reciben una porción elevada para la compra de votos.

     Que ocurre  realmente, la sumatoria de los ofrecimientos dan elevadas cantidades de votos que uno sabe, conociendo el comportamiento político de las comunidades, nunca se va a cumplir, con esa curiosidad que desde siempre he tenido por los temas sociales, culturales y políticos, salí a consultar con algunos jefecillos y me decían que al final ellos representaban la totalidad de los votos que sacara su candidato, pues su tradición y afiliación política de vieja data le daba la confianza con los jefes departamentales.

    Al indagar a los nuevos jefecillos, recién auto postulados como líderes políticos, uno de ellos con toda franqueza me dijo ¿Cuáles votos? Yo ofrecí cuatrocientos, pero si acaso, pondré unos diez, el resto va incluido en los que pongan los demás; no te das cuenta que este es un juego en que todos apostamos a la viveza y si ellos comen, nosotros también aprovechamos una esquirla de ese pastel.

    Otro fue más claridoso y me clarificó «La política es un “tape-tape”, en que el uno se escuda en el otro en un juego del ratón donde todos apostamos a ser más vivos que los otros. Los políticos lo saben, es más ellos, los representantes se la hacen a los senadores, los concejales a los alcaldes, los alcaldes a los gobernadores en un juego de ruleta donde todos ganan, pero todos tienen que poner y el trabajo de los de abajo, los líderes de las comunidades, es quitarles, aunque sea un sorbo de ese botín apetitoso y jugoso que reparten en campaña.

    Ahora si entendí el verdadero significado de esa frase que repetían nuestros mayores: «¡Hay más caciques que indios!»

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