Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Un alcalde electo no puede saberlo todo de administración, máxime cuando es primer vez que ocupa un cargo de administrativo, por ello apela a llamar a su gabinete a las personas cercanas a su campaña, bien sea para devolver favores, por exigencias de grupos o por presiones de caciques políticos que estuvieron o aportaron en la campaña electoral, de tal suerte que libremente o no, el burgomaestre primíparo se rodea de las personas que se supone le ayudarán a salir adelante en la empresa de hacer de su municipio una comunidad próspera y desarrollada.

     Algunos, andando el tiempo se dan cuenta de que algunos de sus nombrados no tienen el perfil o no dan la talla para manejar dicho cargo, entonces, lo ideal es prescindir de esos elementos que no han dado la eficiencia que se requiere para el cargo encomendado. Algunos alcaldes toman la decisión valientemente, como debe ser, y hablan con el grupo, cacique, líder o el padrino correspondiente y lo enfrenta diciendo que va a prescindir de los servicios de su recomendado. En algunos casos le pide otro nombre y como condición exige que tenga los requisitos que no tuvo el saliente. En otros casos sencillamente prescinde del funcionario y nombra a otro de otro grupo para mantener el equilibrio de gobernanza en su administración. Los hay, y se ve mucho a nivel nacional, que rotan de cargos buscando el mejor perfil del funcionario.

    Lo aberrante en estos casos es que sabiendo que su funcionario no da la talla, el administrador tenga el temor de cambiarlo, por miedo a despertar la furia del cacique o padrino y aún a costa del prestigio propio como alcalde, prefiera tener una administración enmarañada por la ineficacia y la deficiencia administrativa que provocan algunos funcionarios enquistados en algunos sectoriales de la administración municipal.

    Ocurre que, como siempre, el alcalde electo sigue por largo tiempo pensando como candidato y trata de sonreírle a algunos encumbrados que le colaboraron en su campaña, o en otros casos, el electo tiene alguna relación cercana con algunos miembros de su campaña, incluso con individuos a los que hubo que pagarles económicamente sus servicios y piensa como alcalde electo que estos o estas personas pueden aportarle algo a su administración y los nombran en cargos claves y les llaman personas de su entera confianza.

     El alcalde electo, como no manejó la parte de relaciones y contrataciones en la campaña desconoce las piruetas que hubo que hacer quien le gerenció la campaña para mantenerla a flote, el alcalde desconoce o quiere desconocer que algunas de esas personas que llevó a su administración y situó en cargos claves como personas de su entera confianza, tampoco dieron la talla en la labor encomendada en el manejo administrativo, logístico,  contable o financiero, y que el gerente tuvo que nombrarle auxiliares o profesionales como apoyo, guía y soporte para que ese individuo saliera a flote en la labor encomendada, pues muy a pesar de ser profesional en lo que le pusieron a hacer, no sabía hacerlo, era un tremendo fiasco.

     Esas personas, sobre todo los que fueron un fiasco, al llegar a instancias de administración, se embriagan de poder y pelan el cobre de su mediocridad mostrando su lado oscuro, de soberbia, engreimiento e ignorancia, usurpando el poder, hasta del mismo alcalde y toman decisiones en contravía del mandato de la cabeza de administración. Muchas veces retrasan por capricho la expedición de documentos en una especie de operación tortuga con el fin de cobrar venganza de personas que necesitan el servicio. En otros casos por simple incapacidad profesional y desconocimiento, no cumplen con lo encomendado.

    A todas estas, el alcalde muestra su cortedad visual o se hace el ciego ante las ínfulas de poder de su subalterno y aplica lo que los franceses llaman “laissesz faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar) y con ello no solo llevan al traste su propia administración, sino que atrasan al municipio.

¡Es hora de que los alcaldes se pellizquen!

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