
Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Colombia después de transitar por más de 200 años por una senda llena de baches, de obstáculos y altibajos que han dificultado el transitar hacia el progreso, hacia una sociedad justa e incluyente, Colombia como los Jep de los 60s, después de patinar sobre pantanos de sangre y mantener su carrocería humana salpicada de coágulos de sangre de hermanos, después de transitar sobre las arenas movedizas de las fosas comunes con restos aún en descomposición de inocentes asesinados por tener pensamientos contrarios al matón de turno en el territorio, llámese guerrilla, paramilitar, Fuerza Pública o bandidos del común, esa Colombia sufrida, hoy se detiene desconcertada en ese bifurcación que el presente histórico le presente, donde la senda transitada ha llegado a un punto de no retorno que presenta dos caminos.
Un camino, continuación del que hemos venido transitando, esa trocha maloliente de muerte, miseria, desplazamiento, constreñimiento político, amenazas, corrupción, Narcotráfico, crímenes de Estado y otra larga lista de baches y de charcos sangrantes, de descomposición social y moral que nos han sumido en la pobreza, en la ruina y la miseria, ese camino lleno de niños que mueren de hambre mientras los poderosos y políticos dilapidan billones atendiendo sus propias apetencias, una ruta de continuismo, de mal gobierno y de desprecio al pueblo y a su ordenamiento legal, donde el gobierno es el primer transgresor de la Constitución, y que del presidente para bajo los funcionarios le hacen el capotazo a la norma.
Pero está el otro camino, un camino desconocido para nosotros, un camino de cambio de paradigma, un camino que ofrece cortar los abrojos de las mañas políticas, un sendero que ofrece transparencia en el manejo del recurso, una ruta que propone salud, trabajo digno y educación, un nuevo gobierno que se instaurará sobre el conocimiento de las mañas del pasado, no para perpetuarlas, sino, por el contrario, ante el conocimiento de ellas, tratará y ofrece exterminarlas.
Ahora bien, conociendo la existencia de estos dos caminos, el recorrido en más de 200 años, ese que nos ha empobrecido y el nuevo camino que hay que forjar entre todos, no puede haber dudas de cuál es el que le conviene al país, no podemos seguir siendo manejados por los mismos con las mismas, ni por esos cuervos negros que auguran castro-chavismo, comunismo y Venezuela, no, ellos no pueden seguir obnubilando la mente y el sentimiento popular con esa política del miedo, los colombianos, el pueblo, debe levantar la frente y mostrar su cordura y ponderación, debe sospesar las dos alternativas, evaluarlas con conocimiento de causa y tomar una decisión en consecuencia a dicha evaluación.
La pregunta es: ¿Qué le conviene a Colombia? ¿Qué le conviene al pueblo? ¿Me siento bien entre tanta injusticia? ¿Comulgo con la corrupción? ¡Apruebo los crímenes contra inocentes, los que hace la guerrilla, los paramilitares, la Fuerza Pública? ¿Me satisface que se roben los recursos de la salud? ¿Estoy feliz porque se abudinean 70 mil millones de conectividad para las escuelitas pobres del país? ¿Aplaudo el tumbe de Refricar, Odebrechts, Chirajara? O por el contrario, debo decir «Basta ya», «No más robo», «No más crímenes», «no más niños muriendo de hambre», «no más engaño».
Colombia debe transitar por un nuevo camino, el camino del cambio, el camino que nos conduzca hacia ese horizonte de transparencia y de equidad, hacia esa nueva patria que nos incluya, que redistribuya las riquezas, que respete la propiedad privada pero que las utilidades producidas se traduzcan en sus justas proporciones a brindarle bienestar a estos pueblos abandonados por el gobierno. Necesitamos la presencia de Estado colombiano en todo el territorio, no solo con soldados y policías, sino con obras de infraestructura, con inversiones que potencien la producción agrícola para abaratar los costos de los alimentos, con escuelas y maestros bien pagados, con hospitales y puestos de salud bien financiados y manejados con honestidad y transparencia. Necesitamos una Colombia en la que el corrupto pague en cárcel y se le persiga en sus bienes, donde el criminal sea juzgado y donde el inocente no pague injustamente penas de cárcel por no tener dinero para su defensa.
Necesitamos una Colombia que tenga en cuenta a los jóvenes, un país con un gobernante que respete a las mujeres. Un gobernante que no sufra de demencia senil y que no se deje manejar por los de antes.