Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    En un pequeño espacio de 15 minutos que saqué de mi ocupación docente, estuve en la biblioteca de mi pueblo dando un breve saludo a la directora de La Biblioteca Departamental, doctora Yazmín Rocío García Meneses, al Poeta Félix Molina Flórez, al promotor de lectura Darío Leguizamo y al poeta William Jiménez que realizaban unos talleres de lectura en la biblioteca pública de mi pueblo. En ese corto encuentro que tuve con ellos viví la experiencia ritualizada del intercambio de libros, el poeta Félix Molina y Darío Leguizamo en nombre de él, de Willian y la Dra. Yazmin, me entregaron unos libros, los cuales recibí alborozado. Ustedes entenderán la inmensa alegría que siente un lector irredento en un pueblo donde no se venden, ni intercambian libros.

    Ese acto sencillo y amable de entrega de estos textos, ahora que escribo sobre ello me llevan a pensar en el ritual de los Arhuacos cubriendo sus augustas cabezas con las albas tutusoma, vestidos con sus blancos kursumos y sobre sus hombros esa especie de capa de lana tejida que sujetan a su cintura con la cuyina, y cruzada sobre sus hombros pasando por debajo de sus brazos las mochilas, una en cada lado, mientras en su mano llevan el poporo cargado con las hojas de la mata sagrada de coca. Pues bien, en ese intercambio de libros pienso y asemejo al acto en que los arhuacos nuestros hermanos mayores cuando intercambian las hojas de hayo.  

     Tal vez en este símil del intercambio de libros entre poetas y hojas de hayo entre los Arhuacos, magnifico la ritualidad del intercambio y sitúo al poeta, ese hombre de alma blanca que hace oídos sordos al dicho repetido «que la poesía no enriquece porque no vende» o «que no vende, no tiene público, no la difunden», sino que por el contrario, él tercamente, iluminado por el espíritu de poetas mayores que le inundan el alma con sus cantos de versos acompañados con las notas superiores de sus citaras antiguas, le llevan a continuar con tenacidad su pasión de cautivar quimeras y sembrar sueños, emborronado cuartillas que dibujan paisajes nunca vistos, mares jamás navegados, cielos surcados por aves mágicas de cuerpos cubiertos con plumas de cristal iridiscentes y trinos celestiales, en bosque mitológicos de lugares tan remotos que Google Map todavía no registra y que ni las hiper enciclopedias digitales los mencionan.

     El acto de intercambiar libros, es un acto de almas nobles, que se desprenden de algo que aman para entregárselo a otros que saben que su pasión es parecida. En el caso de los poetas, esa entrega, ese intercambio ritualizado significa más, es una especie de ofertorio donde se reafirma entre pares el compromiso irrenunciable de escribir, de seguir la senda poblada de sinsabores que puebla la vida de quien renuncia al gozo de placeres plurales y comunes, por un placer superior el de escribir, ya que en ese placer plagado de tortura, se viven todos los placeres mundanos, pero en un grado supremo, sublimado, pues la presencia de ellos no se oculta, sino que por el contrario, se cuenta, se narra como una gesta del espíritu, en esa lucha eterna entre carne y alma.

    Pienso que todos, los que tengamos la oportunidad de hacer un regalo, por lo menos sospesemos la opción de regalar un libro, con ello asumiríamos una de las enseñanzas de Platón en sus diálogos cuando pregunta a Hipócrates a quien entregaría su dinero y qué trata de encontrar en el escogido, paseándolo por la casa del sofista, del poeta, del médico y dándole a comprender que hay que aprender, que hay que privilegiar el saber.

     Ojalá las bibliotecas sean abiertas y libres, que no sean cárceles de libros, reclusiones de versos, celdas y prisiones de palabras, ojalá se vuelva un hábito institucional el de financiar veladas, lecturas, talleres que acerquen a los jóvenes a los libros a la lectura. Ojalá en escuelas y colegios no hagan obligatoria la lectura en el sentido de obligar al niño a leer, que el maestro, el docente lo enamore, lo induzca a la lectura, lo cual encierra sus dificultades, pues el hábito lector generalmente se adquiere por contagio y si el niño no ve a sus padres leyendo, a sus profesores haciendo lo mismo, difícilmente logrearan que se enamore de la lectura.

   En alguna parte, que no recuerdo, leí que no puedes contagiar a nadie con gripa si no sufres de gripa, difícilmente puedes contagiar a tus hijos o estudiantes con la pasión de la lectura si nunca te ven leyendo.

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