Por: Diógenes Armando Pino Ávila
El pueblo donde nací y la mayoría de los pueblos de la Costa Caribe colombiana han mantenido las tradiciones ancestrales, su antigüedad, en el caso de mi pueblo, de 479 años de historia le ha dado un acervo cultural gigantesco, el que se ha preservado gracias a la oralidad. La costumbre demuestra que de generación en generación se han ido transmitiendo como un legado cultural un sinnúmero de historias, mitos, leyendas, creencias, costumbres, dichos, refranes, canciones de cuna, juegos tradicionales, recetas de cocina, secretos, cuentos, anécdotas y demás elementos de nuestra cultura que daría una lista sin fin enumerarlas en este momento.
Desde siempre las generaciones mayores han tenido la responsabilidad de trasmitir a las generaciones siguientes un grueso contenido de saberes y tradiciones, que a través de los siglos se ha constituido en la memoria colectiva de los territorios y que cada nueva generación ha repetido y transmitido a la generación subsiguiente para que esta a su vez la pase a las generaciones venideras. Y esto no es de ahora, ni es manifestación exclusiva de los pueblos de la costa, es por decirlo en palabras de Mashall McLugan, actividad remota del hombre primitivo: La palabra oral como medio de comunicación estimulaba el oído antes que la vista, involucrando sensorial y emocionalmente al oyente e integrándolo así al grupo de pertenencia (el clan, la tribu). En la aldea tribal, la única posibilidad de transmitir experiencias y acumularlas era haciéndolo en un espacio restringido que estaba representado por la memoria del grupo, puesto que aún no existían ni la historia ni las escuelas ni la burocracia… los hombres estaban ‘sensorialmente’ integrados.
Creo que, en Tamalameque, en la Depresión Momposina y en la Costa en general, esto ha sido posible gracias a su ubicación geográfica y dificultades de penetración que hasta finales del milenio anterior se dieron por la falta de carreteras. Además, en la zona rural de nuestro territorio la interconexión eléctrica llegó tardía y nuestros abuelos campesinos, entretenían y entretienen a los niños y jóvenes con historias de espantos, cuentos de “Tío Conejo”, “Tío Tigre”, “Tía Zorra”, Juan, Pedro y Manuelito. Cuentan anécdotas de sus antepasados, refieren historias de La Llorona, La Luz Corredora o episodios de sus vidas pasadas para deslumbrar mientras enseñan a sus oyentes. Igual ocurre en los otros pueblos.
Mi familia materna fue custodia de esta tradición, representada por mis tías abuelas, Santiaga, Felipa y Signesia quienes contaban las historias que habían escuchado a sus mayores, igual tradición seguía la tía Ana Ávila, pariente cercana a mis tías abuelas, también la familia Cadena, tronco de donde desciende mi abuela materna Isidora. De suerte que desde muy niño estuve ligado a la oralidad, escuchando a mis mayores, a mis tías abuelas, a mi madre al viejo Sixto Cadena hermano de mi abuela y a los obreros de la hacienda Michuacán en la zona rural del municipio de La Jagua, donde pasaba mis vacaciones escolares y quienes a la luz de una fogata de tuzas de maíz se dedicaban todas las noches a contar las historias de sus pueblos.
A su manera en los diferentes pueblos, había familias guardianas de esa oralidad, portadoras de ese conocimiento heredados de sus mayores y preservados por el respeto a la tradición, de las cuales, los miembros mayores de dicha familia tenían la voz cantante para narrar noche tras noche las historias, anécdotas, leyendas, cuentos y adivinanzas, siendo rodeados por los miembros menores de esas familias y los niños vecinos quienes se congregaban alrededor de los ancianos para escuchar embelesados esos relatos, asimilando con respeto dicha oralidad para cuando le llegara el turno de su edad adulta o ancianidad, replicar dicho conocimiento oral.
Lástima que la modernidad haya permeado los pueblos y familias, recluyendo a los mayores, ancianos a una especie de ostracismo familiar, donde no se le dé el sitial de respeto y veneración que antes se le atribuía, lástima que se haya perdido la importancia del respeto por la oralidad como canal para perpetuar la cultura de nuestros pueblos. Da pesar que, con tanta tecnología, videos, podcast, canales de comunicación redes sociales y demás medios digitales y tecnológicos, no se aproveche para consultar, gravar y difundir esos saberes orales de los ancianos.
Hay que hacer algo para eso.