Por: Diógenes Armando Pino Ávila
En mi quehacer docente he tenido la oportunidad de desenvolverme en diferentes asignaturas del pensum escolar, en mis años mozos en la básica primaria y más tarde en la secundaria. A esta última volví como maestro por horas cátedras en Filosofía, por la ausencia de un maestro titular, por lo cual el FER, Fondo Educativo Regional, así se llamaba la entidad nominadora encargada de la educación o por lo menos de algunos menesteres de este ramo, me dio la oportunidad de volver a la docencia después de muchos años desempeñándome en otras actividades.
Más adelante, me vinculé por nombramiento y desde entonces he prestado mis servicios como profesor “todero”, ejerciendo mi pasión por la docencia en varias asignaturas que van desde Español, pasando por Ciencias Naturales, estadísticas, Informática, Artística y últimamente de nuevo en Filosofía y ética. No sé si lo haya hecho bien, regular o mal, lo que si tengo claro es que he tratado de hacerlo con honestidad, disciplina y dedicación, lo cual implica largas horas de lecturas, estudio y preparación de temas, repaso de conceptos metodológicos, revisión de conocimientos pedagógicos y didácticos, recuerdos de teorías sobre temas inherentes a la educación, Piaget, Fromm, Ausubel, Makárenko, Freud, Pestalozzi, Montessori, Freinet, Aníbal Ponce, Neill y su Escuela de Summerhill, Quiroga, Sócrates, Aristóteles, entre otros. Algunos de estos vistos en La Normal Piloto de Bolívar en Cartagena en mi época estudiantil y otros leyendo esos temas apasionantes, de psicología del aprendizaje, filosofía de la educación, didáctica, modelos pedagógicos y otras teorías afines.
En ese recorrido docente, me he tropezado con múltiples dificultades propias de la docencia, las que me han inquietado, me referiré a dos en especial, que he identificado últimamente. La primera tiene que ver con la Educación Ética la cual fue secuestrada hace cinco siglos por la religión y que desde entonces lucha por liberarse de ese férreo cepo que la reduce a ser una auxiliar de la religión para recalcar solo los temas de la moral cristiana, separándola de planto de la filosofía que es parte esencial de su razón. Es tal el sometimiento de la ética por parte de la religión que, cuando como docente la impartes con el sentido filosófico, utilizando la casuística, la discusión y el análisis, los directivos docentes, padres de familia, los estudiantes y los mismos compañeros docentes, sospechan, rumoran y piensan que no preparas la clase y que tienes un desenfoque conceptual sobre la asignatura, peor aún algunos de éstos revisan las libretas de los estudiantes a ver qué temas tienen consignados, demostrando con esto hasta qué punto la religión y la educación tradicional ha marcado el camino de la educación ética en escuelas y colegios.
En cuanto a la Filosofía ocurre otro tanto similar, se viene de una tradición marcada por dictar la clase de filosofía dentro del marco de la educación tradicional, dictando y copiando en el cuaderno la biografía del filósofo, sublimando su vida al punto de convertirlo en un mito, haciendo mayor hincapié en su vida que en su pensamiento, matizando el relato con alguna de esas frases sonoras y verdaderamente genial del pensador. En esta asignatura, cuando rompes como docente ese esquema tradicional de la clase, también te enfrentas, a los directivos docentes, padres de familia, compañeros profesores que también sospechan que no preparas porque tu clase se convierte o tratas de convertirla en un foro de opiniones donde el estudiante analice, discuta, comunique sus ideas y sobre todo sea capaz de comparar los conceptos del pasado con los del presente y en concordancia a ello tenga una idea propia de la sociedad, de su entorno, de su territorio y de lo que sucede a su alrededor.
Siempre he considerado que la educación, en primaria y en bachillerato debe formar individuos capaces de dar opiniones personales sobre los temas que enfrenta a diario en la vida, potenciar alumnos autónomos, no manipulables y sumisos, no heterónomos, que piensen, opinen y actúen bajo la opinión y criterios de otros, al contrario dentro de su autonomía deben actuar por sí mismo, siendo capaces de respetar las reglas establecidas por el grupo o la sociedad, pero reglas que él entienda su por qué y para qué, que cuestione la imposición pero que acepte la conveniencia de ellas para el grupo.
Esta forma de pensar y concebir la educación generalmente enfrente al docente que la aplica por parte de los que no, ya que es difícil romper ese esquema de neuronas espejos que conllevan a enseñar cómo nos enseñaron y que finalmente se convierte en una zona de confort en la cual nos sentimos cómodos y que no queremos abandonar, de cuya comodidad y costumbre participamos todos: Docentes, directivos docentes, padres de familia, estudiantes y sociedad en general.
Si queremos que la sociedad cambie, que la juventud se apersone de su presente y planee su futuro y que la educación propicie estos cambios, es necesario entender que somos docentes nacidos y educados en el Siglo XX, con algunos rezagos metodológicos del siglo XIX que estamos encargados de brindar educación a estudiantes del siglo XXI.