Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Se acercan las actividades políticas pre electorales, los candidatos a los cargos de elección popular inician su actividad, algunos con una presteza y habilidad del politiquero tradicional, otros camuflados en un pelambre de mansedumbre y otros investidos con la aparente simpleza y la humildad de su propio pueblo. No sé por qué, cuando los veo en su caminar por las calles, me viene a la cabeza la actitud juguetona del gato cazador antes de devorar al ingenuo ratoncillo que osó pasar por su camino.
Recorren calles, barrios, corregimientos y veredas, y con cortesía empalagosa saludan, abrazan, charlan con los parroquianos, asumiendo una actitud Cortés, de atenta atención, a lo que su futura presa en confianza le cuenta sobre sus necesidades personales o comunitarias, él o ella (candidato) con una sonrisa impostada, más parecida a la genialidad de algún odontólogo, le palmea la espalda en un gesto de conmiseración y le dice con voz suave, pero cuidando que sea escuchada por la concurrencia «No te preocupes, ya tomé atenta nota y se te va a arreglar el problema».
Se pavonean por calles y veredas “untándose de pueblo”, dicen ellos, en una actitud de conmiseración y asombro ante el abandono de nuestras comunidades, pareciera que descubriera, por fin, el mundo de miserias que tradicionalmente ha rodeado las comunidades, sobre todo las rurales y los sectores marginales de las cabeceras municipales. Simulan dolor de patria y se comprometen a gestionar proyectos y recursos para poner fin a estos submundos de la sociedad colombiana.
El campesinado, el votante común, inmerso en las reglas socio-electoreras que cíclicamente se repiten cada cuatro años, observa, escucha, primero con recelo, le patina en el cerebro los candidatos anteriores, que dijeron lo mismo, que ofrecieron lo mismo, pero que, los que ganaron, gobernadores, alcaldes, diputados, concejales, no cumplieron. La gente del común, está alerta, desconfía, le huele a raro el político, sus instintos están a la defensiva, está prevenido, no cree, desconfía; sin embargo, su amabilidad y hospitalidad natural, le hace detenerse, escucha la chachara verborréica del politiquero, quiere irse, pero se queda, no quiere oír, pero escucha, es presa de esa subordinación social a que ha sido sometido desde siempre.
Escucha a todos, no es selectivo, íntimamente sabe que le van a engañar de nuevo, pero le domina la esperanza de sacar, así sea, un mínimo de ganancia en estas elecciones. Algunos se conforman con “no perder”, es decir que votaron por el que ganó, aun sabiendo que perdieron al no tener cumplimiento en las promesas. Otros están conscientes que fueron engañados, y aun así, esperan que esta vez con su nuevo candidato le irá mejor; otros, en cambio, saben que perderán de todos modos, que serán engañados, que no le cumplirán, que no lo volverán a visitar, son escépticos, ya no creen en ninguno, generalizan que la política y los políticos son corruptos y optan por una salida poco ortodoxa, venden su voto, prefieren los cincuenta mil, la bolsa de cemento o la lámina de zinc, son la mayoría.
Ésta es parte de la dinámica que está a la vista de todo el mundo, en lenguaje de cajón, eso es la punta del iceberg, lo que flota en la superficie, ya que bajo el nivel del agua hay un tempano de tamaño mayor, es decir el cuerpo de la gigantesca masa de hielo. Lo que no vemos los demás mortales, pero algunos lo intuyen y lo callan, otros lo han visto o vivido, pero igual lo callan, son los apuros, las afugias que sufre el candidato a la alcaldía de los pueblos, sobre todo de los pueblos de la costa, generalmente, un hombre sin fortuna, que cree firmemente el cuento de que el hombre exitoso es el que escala en la política y persiguiendo esa quimera se lanza al ruedo, pone su nombre a jugar con la esperanza inicial de servir a su pueblo.
Este individuo de entrada se da cuenta que requiere dinero, mucho dinero para poder aspirar con alguna posibilidad (aun así, no es seguro que gane). Ante tremendo escollo económico, insalvable con sus propias fuerzas, corre entonces a buscar el amparo de las mafias políticas y vende su alma al diablo. Luego viene el aval y encuentra la rebatiña por ese papel firmado y cuando cree que todo está resuelto, encuentra que el ofrecimiento económico que le hicieron los clanes, se lo dan fraccionado y luego se entera que, a los otros candidatos, estos mismos clanes patrocinaron igual o con mayor cantidad de dinero, por tanto, sale a pedir prestado a mafiosos y apostadores políticos que apuestan al riesgo y otros con firmas de letras, hipotecas y demás.
Lo anterior quiere decir, que ese candidato o los candidatos, están condenados de antemano a trampear, a comprar votos y a poner el presupuesto al servicio de clanes o mafias que es lo mismo. Hay que saber votar, por quién votar, poner la lupa en el candidato, su pasado como funcionario o como ciudadano y sobre todo, hay que saber escoger, Tener claro que «ganando se pierde» y a veces, «perdiendo se gana».