Por: Diógenes Armando Pino Ávila

      En todos los pueblos de Colombia se han iniciado procesos culturales tendientes a conservar y preservar el patrimonio cultural local, en la Costa Caribe Colombiana, a finales 70s se dio una muy nutrida participación de estos procesos, en casi todos los pueblos, por fin, abrieron los ojos y maravillados acogieron lo que los mayores por tradición y oralidad legaban a las nuevas generaciones y que por largo tiempo había sido ignorado y excluido.

     Esa década vieron la luz, los diferentes festivales que año tras año se realizan y pueblan de música y colorido nuestras localidades, se rescataron danzas y comparsas, en fin, se le comenzó a dar importancia a la cultura vernácula que había sido barrida hacia el rincón de los barrios populares, donde los ancianos guardianes del saber popular, la conservan con mucho celo. A partir de ahí se inicia un proceso de divulgación y resignificación tendiente a visibilizar esa cultura propia, lo que años después desemboca en la publicación de ensayos, investigaciones, crónicas, libros y opúsculos que narran la gesta cultural de dichos eventos.

     La investigación cultural toma un impulso inusitado, en todos los rincones de nuestra geografía costeña nacen investigadores, escritores, gente nueva salida del común, con unas enormes ganas de gritarle al mundo ¡Aquí estamos! ¡Somos! ¡Existimos! Se da comienzo a un nuevo relato, un relato contado desde adentro, desde el seno del propio pueblo y no como hasta ese momento, que dicha historia venía siendo contada desde afuera y por personas extrañas al territorio. Esa historia fresca y verídica contada desde adentro, naturalmente tenía algunos problemas, pues el investigador local, no contaba con las técnicas ni el conocimiento científico que da la sociología para hacerlo, por eso apeló a su ingenio, a su propio magín y utilizando un lenguaje coloquial, al alcance de todos narró la geta cultural que estaba naciendo en su propio entorno.

      Tal vez y sin mala intención quedaron por fuera de esa narrativa, sucesos, personajes, gente del común, que no fueron tomados en cuenta dentro de dicha relatoría, pero andando el tiempo y al tomar conciencia de la importancia de esas falencias se ha ido corrigiendo la falta. Por lo menos en nuestro pueblo en el caso de La Tambora, al momento de escribirla desde el principio quisimos cumplir con la premisa de darle relevancia, en primer lugar, a los ancianos, nuestros mayores que mantuvieron viva dicha tradición cultural, luego se dio mención a los organizadores, los tres jóvenes que participaron en la iniciativa de crear el Primer Festival de La Tambora y la guacherna.

    Hay dos hechos no contados, pero si muy mencionado en los foros y charlas que esporádicamente dicto, uno es el grupo de amigos de La Tambora y el Festival, que nos acompañaron a partir del tercero, dándonos su apoyo espiritual y asesoría con su experiencia y estudios, en el caso nuestro siempre, y por espacio de por lo menos doce festivales, estuvieron a nuestro lado: Simón Martínez Ubarne, filósofo de la localidad de Rinconhondo, Nicolás Maestre, director del grupo folclórico de la Universidad Industrial de Santander UIS, Adalberto Acosta de La Universidad Tecnológica del Magdalena a quienes le agradecemos sus invaluables consejos y asesorías realizadas in situ, en cada festival.

     El otro caso no mencionado por mí, tal vez por timidez o por algún resabio de los muchos que tengo, es el por qué la tarima donde se realiza el Festival de la Tambora y la guacherna se llama así: En la junta del Festival, creo que del cuarto, hacíamos parte, Arístides Martínez, Javier Surmay, Luis Vides Peña, Eccehomo Valle, otros que no recuerdo y yo, se debatía ¿Qué nombre ponerle a la pequeña tarima que había construido el alcalde del momento Tulio Hoyos Vides, yo quería hacerle un homenaje a mi madre Bonifacia Ávila, pero mamá nunca bailó ni cantó tamboras, lo cual me impedía mencionarla, pero tenía la carga emocional de que ella era la que me había contado todo lo que en ese momento sabia de nuestra cultura, pues ella, al ser criada por mis tías abuelas, escuchó los relatos de la tradición oral sobre nuestra cultura y conoció los personajes principales. Recuerdo su emoción, su entusiasmo, su bella sonrisa cuando me contaba de Pacha Gamboa, era su personaje favorito, tome la decisión de proponer ese nombre Pacha Gamboa, primero para exaltar a Pacha como personaje de La Tambora y segundo para hacerle un homenaje íntimo y secreto a mi madre.

     La junta citó a reunión para escoger el nombre, desafortunadamente yo tenía que viajar para Valledupar, pedí que aplazaran la reunión y la mayoría no aceptó, ellos ya tenían un acuerdo para llamar a la tarima La Llorona Loca, yo no estaba de acuerdo pues había una leyenda, un grupo folclórico y un grupo de teatro que ya se llamaban así, se reunieron sin mi presencia (yo era el presidente de la junta del festival) y decidieron llamar a la tarima “La llorona Loca”.  La primera noche del festival, era a más de presidente de la junta, por falta de recursos tenía que fungir como animador y desde que abrí el acto, mi primera frase fue: ¡Aquí desde la Tarima Pacha Gamboa haciendo historia cultural, se da comienzo al tercer festival de La Tambora y la guacherna!  Desde entonces ese es el nombre de nuestra Tarima.

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