Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Hay momentos afortunados en la vida de las personas, estos momentos son valorados de acuerdo al tipo de intereses que mueven la comunidad o el territorio donde se da, además la persona que lo vive, también le da una valoración acorde a su propia vivencia e intereses. En el caso del trabajo cultural en las comunidades apartadas, en los territorios, dichos momentos se viven con una intensidad inusitada y perduran en la memoria colectiva, convirtiéndose a la postre en costumbres o tradiciones que harán parte de la identidad del colectivo, mientras que otros momentos se diluyen en el tiempo, marchitados por la indiferencia comunal.
Hemos venido hablando de los festivales que se realizan en los pueblos del Caribe Colombiano, algunos perduran y han marcado un hito cultural en sus territorios y son o han sido referentes culturales de la región. El de Tamalameque, Festival de La Tambora y guacherna, puedo decir, sin modestia alguna, que marcó un hito, pues las connotaciones sociales, culturales y de autorreconocimiento de la subregión fue tan grande que todavía perdura. Dicho festival tuvo un comienzo modesto, con tres grupos de ancianos que fueron invitados por los jóvenes a dar una especie de concierto de su música cantada, para que, mediante amplificación sonora, en la plaza pública, fuera escuchado por un pueblo que hasta ese momento había estado de espaldas a su propia cultura. La verdad fue un éxito cultural para el pueblo, pero una derrota política para sus organizadores, pues los gamonales y políticos cerraron filas en contra del evento ya que la cultura le copaba los espacios y ellos pasaron a segundo o tercer plano.
En los subsiguientes festivales, donde, el evento dejó de ser local, pues lo llevamos a un nivel subregional, ya que se amplió la participación a toda La Depresión Momposina, encontramos que como territorio, adquirimos identidad cultural, pues La Tambora, baile cantao practicado por nuestros mayores en toda la subregión era uno de los elementos culturales comunes de todas estas comunidades y se asumió como la insignia cultural de los pueblos del Río Grande de la Magdalena en lo que a Depresión Momposina se refiere.
Que grato recordar la alegría, de nuestros mayores al venir a Tamalameque a mostrar su cultura, el grado de empatía entre los participantes, (grupos de Hatillo de Loba, Altos del Rosario, Talaigua, San Martín de Loba, Barranco de Loba, Chimichagua, El Paso, Gamarra, Río Viejo, Chiriguaná, Arenal, Tamalameque), era tal que se logró una hermandad de comunidades en torno a la cultura. La relación entre los grupos y organizadores era tan buena que los ancianos de los diferentes pueblos nos escribían manifestándonos sus problemas, sus angustias, sus carencias. Generalmente se quejaban de la falta de atención de sus alcaldes, de la negativa a reconocerlos como grupos representativos, la negación de dotación de instrumentos y vestuarios.
Esa relación epistolar de los grupos de Tambora con la organización del festival de Tamalameque, nos obligaba a escribirle muy respetuosamente a los alcaldes de la época, convirtiéndonos en voceros de esos acianos, hacíamos pedagogía cultural con los alcaldes y les dábamos luces sobre la importancia social de dichos grupos, al cabo de un tiempo, los ancianos nos escribían dándonos las gracias por la gestión ya que el alcalde o los alcaldes por fin les patrocinaban.
Venir a nuestro festival se convirtió en el convite sociocultural más importante de la Depresión Momposina, para nuestros mayores era un honor compartir sus saberes y su cultura con los otros pueblos, verdaderos artistas populares, trabajadores de la cultura desde tiempos remotos, nos les importaba fama ni dinero, eran felices compartiendo y dando a conocer lo que sus mayores les habían legado y ellos asumían, también, con mucha seriedad y responsabilidad la tarea de enseñarlo y legarlo a los más jóvenes. Ellos, nuestros mayores, sentían que en Tamalameque le daban la importancia y el valor que de pronto en algunos lugares de su pueblo no le daba, sentían que eran escuchados y valorados, sentían que la gente estaba pendiente de ellos y que en tarima todo el público estaba atento a lo que hacían, y los muchachos estaban pendientes de aprender de su arte, porque ellos, eran precisamente, esa enciclopedia, ese libro abierto donde los jóvenes podían aprender.
El festival era un evento netamente cultural donde la protagonista era la cultura y sus divulgadores los ancianos. Las nuevas generaciones eran espectadores activos que aprendían, bebían de la fuente nutricia cultural de los ancianos, ahí se aprendía a valorar lo propio, ahí en ese festival se adquiría identidad y sentido de pertenencia al territorio, ahí la gente del común, sin saberlo, fungía como investigador, sociólogo, antropólogo, musico, periodista, coreógrafo, es decir asumía actitudes y responsabilidades en forma empírica sobre áreas del saber y el conocimiento que a lo mejor no sabían que existían como ciencia y profesiones.
Hoy podemos decir: ¡Hicimos historia!
Por favor cuenta tu experiencia y compártela con los demás pueblos.