Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Nunca pensé que leer un cuento en una clase de ética, causara tanta molestia y resquemor. A los estudiantes de los grados 11, en la clase de ética, acostumbro a leerles cuentos que muestren situaciones, al parecer normales, pero que no lo son. Busco conmoverlos, pellizcarlos y sobre todo que confronten su actitud con la de los personajes del cuento.
Tal vez, acostumbrados por la tradición instaurada, donde se toma la ética como una extensión de la religión, algunos creen que no tengo el conocimiento para dictarla, máxime, si rompo esos cánones pre establecidos por la escuela tradicional y contrario a ello, enfoco la asignatura desde la filosofía, como debe ser, remontándonos a la Grecia de los 390 AC, abordando, así sea superficialmente la aristotélica ética a Nicómaco o, como también la llaman “Ética Nicomáquea” donde el más grande pensador de la humanidad (Aristóteles) afirma: «por naturaleza el hombre tiende a buscar el bien, por lo que bastaría conocerlo para obrar correctamente; el problema es que el hombre desconoce el bien, y toma por bueno lo que le parece bueno y no lo que realmente es bueno».
También tocamos la obra de Fernando Savater “Ética para Amador”, la que, por la falta de hábito lector, se tiene que abordar a través de su temática dando saltos y desarrollando una programación no formal, matizada por clases incidentales que giran de acuerdo a hechos y circunstancia motivadas por situaciones que se viven día a día en la escuela. De nada serviría atiborrar al estudiante de conceptos y teorías, si estas van a estar inconexas de la realidad cotidiana del estudiante y de la vida de la comunidad. De alguna manera, así sea tangencial aplicamos en parte el pensamiento ético de Foucault, en el sentido de que el individuo debe liberarse de las ataduras implantadas por esa matriz que manipula, es decir el individuo, en este caso el estudiante, debe convertirse en un ser autónomo, critico, analítico, reflexivo, capaz de formarse su propio juicio y actuar en consecuencia a ello.
Uno de los cuentos que le leo a los grados 11, al comienzo del curso, es ‘Vida gris’ del peruano Julio Ramón Ribeyro, uno de los mejores cuentistas latinoamericanos, al que incomprensiblemente no leen en los colegios. Este es un cuento donde Ribeyro narra la vida de Roberto, un hombre que arrastró su vida sin un fin determinado, como un autómata estudió lo que su padre dispuso y vivió sin ningún propósito sumergido en su mediocridad, e incluso su muerte, al igual que su vida fue mediocre. Este cuento lo leo con algo de teatralidad, con pausas y matices de voz para cautivar la atención de mis estudiantes, al terminar de leerlo cierro el libro con energía, y pregunto: ¿Cuántos Robertos hay en este salón? Y a partir de esa pregunta se genera la discusión sobre el actuar de cada uno de los estudiantes, al participar, como profesor, sostengo que en algunos momentos y en algunas acciones de mi vida actué como Roberto, pero que lo importantes es reconocer nuestras falencias y hacer el propósito de mejorar para bien.
Fuera de clase, algunos estudiantes se chancean conmigo y me dicen Roberto o yo les fustigo en juego para recordarles la historia, con el fin de que no la olviden y estén siempre alerta para salir de cualquier situación que los lleve a la mediocridad. Ese cuento lo he leído en clase por espacio de 10 a 12 años y siempre había sido de buen recibo por parte de mis alumnos, solo el año pasado hubo algunos malentendidos sobre la intencionalidad de esa lectura, lo tomé en cuenta y lo justifiqué pensando que eran muchachos y muchachas algo desorientados, después de estar fuera de las aulas por dos años en razón a las restricciones de la pandemia. Este año volví a leerlo y hubo una reacción parecida de parte de dos estudiantes, ahí me di cuenta que estaban recibiendo influencias de algún malqueriente, que oculto trata de manipular a los demás.
Hoy o ayer, me dicen que en las redes hacen alusión al cuento y sostienen que hay un profesor que les dice “Bobertos” a sus estudiantes, no hay discusión posible con quien no confronta la fuente, no se da el trabajo a leer el cuento antes de criticarlo y en caso de haberlo leído, o de haber estado en mi clase escuchándolo, para mí es muy lamentable, no haber podido lograr que comprendiera la intención y el mensaje del cuento. Eso me reafirma que en muchos pasajes de mi vida he sido como Roberto y sobre todo que tuve en mi clase y frente a mí un Roberto de marca mayor y no puede ayudarlo a superar su mediocridad.