Por: Diógenes Armando Pino Avila
Las matronas del tronco familiar del que provengo, mis tías abuelas, Felipa y Signecia, eran propietarias de tierras y ganados, propiedades estas administradas por su único hermano, Victorio Ávila mi abuelo materno. Ellas, mis tías eran ancianas solteronas, portadoras de una tradición legado de la oralidad de nuestro pueblo Tamalameque. Su filiación política era el Partido Liberal, en la sala de la Casa se exhibía una fotografía ampliada de Enrique Olaya Herrera, primer presidente Liberal después de ese pasaje de la historia conocido como “La Hegemonía Conservadora” — 44 años consecutivos de mandato conservador (1.886- 1930)–
La familia Ávila por tradición tenía, dar la primera parte de los frutos de sus cosechas al Cristo, como una manera de garantizar su bienestar. Esta especie de diezmo, no lo daban directamente a la iglesia ni al cura, sino que vendían los frutos y con el dinero de la venta, compraban un ternero, el cual entraba a engrosar “El ganado del Cristo», como Ellas lo llamaban.
Cuando notaban que en la iglesia hacía falta algo, Ellas (las Ávila) vendían una res y mandaban a fabricar o reparar lo que la iglesia requería (Bancas, puertas, andas, nichos, sotanas, imágenes, etc.).
Llegase al pueblo como cura de la Parroquia, el padre Ramírez, de la Orden de Jesús, quien al enterarse de tan singular relación entre la familia Ávila y los santos de la iglesia, se presentó a casa de Tía Felipa, la mayor de las Ávila, y quien manejaba todos los asuntos de la familia, inquiriéndola por «El ganado de Cristo», y exigiendo la entrega del mismo, al manejo y administración de la parroquia.
La tía Felipa escuchó muy atentamente la perorata clerical, que con suma elocuencia emitía el cura, la que matizaba con abundantes citas bíblicas y verdades teologales, premios en el cielo y castigos infernales. Cuando el cura termina de esbozar muy elocuentemente todos los argumentos que llevaba preparados para convencerla de la entrega.
–¿Terminó ya reverendo? −pregunta tía Felipa− Porque le voy a decir lo siguiente: Si el Ganado del Cristo lo hubiese dado el pueblo, yo con mucho gusto se lo entregaría, pero ocurre que éste es producto de una tradición de nuestra familia, que viene de tiempos de mis tatarabuelos. Por tanto, no se lo puedo entregar.
El cura monta en cólera, y recordando el acendrado sentido liberal de la Tía Felipa, la increpa: «Felipa, si el ganado fuera para hacerle una fiesta a Olaya Herrera, ¿lo darías?». A lo que responde la Tía Felipa sin arredrarse: «Tampoco, padre, daría el mío que es mayor en número que el del Cristo».
El padre Ramírez abandonó disgustado la casa y a partir de ahí en su homilía lanzaba una que otra puya velada a mis tías abuelas.