Prólogo que escribí al libro de Luis Pabón “Aguachica, memorias de alejandrinos”

UN LIBRO DE HISTORIA DE LA PATRIA CHICA ESCONDIDA EN VERSOS TRAVIESOS

Por Óscar Hernán Pallares Ropero

     ¡Pura historia! Historia de esa que no llamarán “patria” porque narra la vida de cada uno de nosotros los pueblerinos, que no de los nuevos moradores, que ya no lo son de cuando Aguachica era feliz, indocumentada, amigable, tranquila y tal vez con malos administradores, pero a la vista, honrados; donde el pan de cada día era la mamadera de gallo condimentada con el chisme que alimentaba la picardía. En cada verso de cada estrofa de esta historia en alejandrinos hay pegado un pedazo de recuerdo, un trozo de historia local, qué local y qué carajo, barrial, familiar, que solo morirá cuando fenezcan todos los luisángelespabones sin haberla dejado plasmada en un papel, como lo hizo GOSAZO con los alejandrinos que acabo de leer.

    El alejandrino es una técnica del poeta para decir sin que el lector corriendo salga a desdecir. Son versos de 14 sílabas métricas divididos en dos partes iguales (hemistiquios lo llaman los que saben) con una pausa respiratoria de siete sílabas cada uno. Son la esencia de la poesía, es un arte mayor de escribirla.

      Desde lo gramatical, Gosazo, como se rebautizó cuando poeta se hizo, se sostiene en la pureza del verso alejandrino con rima consonante concebida desde su origen. Si escribir en alejandrino es un arte mayor, hacerlo, ora sobre la historia de unos mortales que le mamaban gallo a la guerra que le impusieron a los morrocos, ora, sobre los amoríos traviesos que todos sabían, pero todos se hacían, ora, recordando a quienes doctores se hacían llamar sin tarjeta que los respaldara, ora con versos con el olor al dolor por la persecución por orar en otra religión, es doble mayor el arte de escribir.

     Por camufladas que estén en el verso, en la vida real las historias son reales. Son pasajes de la vida de seres de carne y hueso, como lo dice el autor, con nombre o apodo propio. Tan reales las historias son, tanto, que me “memoriatransportaron” a aquellas madrugadas cuando mamá me mandaba al mercado a comprar la carne del día. El que no madruga, ni oye misa, ni compra carne, me animaba. Eran poco los peseros e inmensa la demanda de la proteína vacuna porque Aguachica era un hervidero de gente que vivía del cultivo del oro blanco. Peseros acostumbrados a reservar las mejores presas para los restaurantes y casinos de las fincas algodoneras, a juros le despachaban a uno un chicote de carne y eso, de la de peor calidad, como el cochinito. Ya sabía lo que iba a pasar, pero así llegaba a la casa. No era más que mi mamá la viera para hacerme regresar al mercado a que me la cambiaran. Tragedia para que me la vendieran, triple “hijuetragedia” para que me la cambiaran.

     Historias como estas pueden ser insumos para que Gosazo publique un segundo tomo de “Aguachica, memoria en alejandrino”.

     Los giros poéticos de los versos son ventanas abiertas de par en par para que los pueblerinos como yo y los nuevos pobladores de la hoy próspera casi ciudad, (que por serlo no quiere decir que no siga produciendo abundantes historias para la pluma de GOSAZO), atisben que la historia patria chica de la tierra del morrocoy se pega con pedazos insignificantes de vida, que por lo importante no alcanzarán para ser plasmados como historia patria que interesados escriben para que no se sepa la historia.

    Un avieso historiador encontrará qué escribir, hurgando, verbi gratia, en los versos que ponen de punta los pelos de las víctimas de los cincuenta sobreviviendo en la mirada de los victimarios que aún conviven: “Villorrios, viejos tiempos de mulas con arrieros/ don Próspero y Armenio y algunos policías; faroles apagaron jugando de guerrilleros/ violencia del cincuenta que hoy viaja en otras vías”.

    Y así está plagado de historia todo el libro, pura historia de Aguachica plagada de versos.

    Cada estrofa es el viaje a lo vivido en las calles, esquinas, plazuelas, bares, tiendas, billares; es llegar a las putas con honor y a las reputas de salón; es ver el brillo de la cuchilla que afilada por ambos lados salía del vientre chorreante de rojo y tripas de hinojos fritos.

    Espacios negros del ayer donde se construye la vida social blanca que nos cuentan hoy.

    Leer el libro que tiene en sus manos lo llevará a vivir en otro tiempo. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Igual? Muchos de ustedes lectores pertinentes, necesitarán intérpretes expertos en historias pasadas de la tierra morroca si no quieren quedarse solo con el cuento sino también reventarse de la risa por la forma en que Lucho Pabón las cuenta. “Son faces que la historia [patria] olvida en sus anales. / Quitando a los actores su vívida importancia / los hunde en la tiniebla por tiempos eternales. /Yo los revivo a medias en calles de mi infancia.

    Son versos traviesos a propósito para contar la historia de nuestra patria chica que todos conocemos, pero nadie ha escrito.

Aguachica, 23 de agosto de 2023

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