Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Leyendo un post de un contacto en un grupo de wasap donde se quejaba del papel de un jurado en un Festival de Tamboras en que participaba y, las respuestas que recibió, me ha quedado la inquietud sobre el particular, y es que por ser uno de los fundadores del primer festival de Tamboras que hubo en La Depresión Momposina, vivo en permanente monitoreo y revisión del transcurrir de nuestra insignia cultural, sus adelantos, sus retrocesos y sobre todo, la manera como ha venido afectando, para bien o para mal, la cultura riana en lo que a nuestro territorio se refiere.
En el año 1.978 realizamos en Tamalameque “El Primer Festival de la Tambora y la Guacherna”, y en efecto fue el primer festival de Tamboras realizado en La Depresión Momposina, de ahí en adelante siguió San Martín de Loba, y hoy en día la mayoría de los pueblos de la Depresión Momposina realizan sus propios festivales, así encontramos festivales desde Hatillo de Loba, Altos del Rosario, San Martín de Loba, Barranco de Loba, El Peñón, Ríoviejo, Arenal, Santa Rosa del Sur, Canta Gallo y otros pueblos del Departamento de Bolívar, mientras que en el Departamento del Cesar tenemos festivales en Tamalameque, Gamarra, La Jagua de Ibirico, El Paso, San Alberto Cesar y en el Departamento de Santander, esporádicamente lo realizan en Barrancabermeja y otras localidades aledañas al río.
Esta visión global de la cantidad de festivales de Tambora que realiza La Depresión Momposina denota claramente lo que significa este “baile cantao” como forma identitaria de nuestro territorio, ello indica a las claras el por qué nuestra férrea defensa a esta insignia cultural y por qué hemos llegado en el pasado hasta la Corte Constitucional en defensa de lo nuestro, cuando desde la capital del Cesar tratan de implantar la cultura dominante en detrimento de la nuestra. La anterior no ha sido la única lucha o el único enemigo que ha tenido nuestro folclor, pues en los festivales se encuentra una lucha tenaz con las administraciones municipales y su clase dirigente que en forma mezquina niegan o regatean los recursos necesarios para impulsar dichos convites culturales, al punto de la desvergüenza de que, desde la capital, nos “colaboren regalándonos” un concierto de música acordeón con un conjunto de medio pelo de esa música. además, tenemos problemas con el jurado, pues los participantes se quejan de que hay fallos amañados, es más, manifiestan que algunos jurados han sido permeados por la corrupción.
Como organizador que fui de más de quince festivales en Tamalameque, debo decir que los miembros de la junta directiva de nuestro festival, me dieron el voto de confianza de escoger personalmente esos jurados y tuve el cuidado de escogerlos no solo por sus cualidades intelectuales y conocimiento de nuestra cultura (Sociólogos, filósofos, folclorólogos, músicos, percusionistas, etc.), sino que, también se tuvo en cuenta, su comportamiento ético y la seriedad de sus acciones frente a la cultura. Sin embargo, en el último festival que presidí hubo un incidente, donde de los tres jurados que escogí, dos con mucha seriedad y compromiso calificaban para cada modalidad o concurso de un puntaje máximo de 100, ellos calificaban de 70 u 80 hacia abajo —Presumo yo— que el tercer jurado se dio cuenta de esto y empezó a dar calificaciones por encima de 90 a un grupo con el cual había hecho relación.
Esto desequilibró la puntuación y cuando los muchachos que colaboraban en la organización se dieron cuenta, me llamaron a reunión, y acta en mano, me demostraron que algo andaba mal, muy mal. Procedí a reunirme en privado con cada uno de los jurados y les planteé el caso, los que calificaron éticamente quedaron asombrados, pero el de la falla sacó a relucir una serie de consideraciones “técnicas” para soportar su exabrupto negándose a corregir las planillas.
Reunidos los organizadores, se acordó que basado en los puntajes de los dos jurados, me autorizaron a calificar de acuerdo a mi experiencia como tercer jurado, desconociendo de plano lo realizado por el jurado de marras, era el último día, ya terminaba el evento, eran las 12 de la noche, debía tomar una determinación, después de pensarlo y repensarlo y en aras de salvar el evento respeté la calificación de los dos jurados serios y decidí únicamente al ganador en la ejecución del currulao. De no hacerlo así, un grupo que apenas empezaba a hacer sus pininos en esto de la tambora se hubiera ganado el festival en todos los concursos: Canto inédito, riqueza folclórica, pareja bailadora, grupo de tambora, etc. Y en todas las modalidades: Iniciados, aprendiz, maestro, y maestro de maestro. ¡Qué horror! Sin embargo, dos directores de grupos participantes, iniciaron una andanada de reclamos e insultos a través de las redes sociales en mi contra por no haber ganado su grupo. Tengo claro que uno de esos directores no conocía los pormenores del jurado, pero el otro sí, y conociendo lo que había pasado, quería hacerme daño y de paso al festival.
Esto debería darnos una enseñanza a los grupos participantes y a los organizadores de los diferentes festivales y es que, hay que participar para mostrar nuestra cultura y ver los avances de los diferentes grupos y mostrar con entusiasmo al público en general el valor de lo nuestro. La premiación debe ser solamente un incentivo para solventar en parte los gastos en que incurren los grupos participantes. Pues en la escogencia de jurados por rigurosos que sean en su escogencia, siempre habrá la posibilidad de que alguno no juegue éticamente.