Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Colombia está cambiando, las relaciones políticas tradicionales se desdibujan, unas por anacrónicas, otras por abusivas en el uso del poder y de los recursos públicos, otras porque el pueblo cansado de tanta corrupción llegó a un punto de asco, de nauseas profundas provocadas por los detentores del poder, otras porque ya es tal el abuso de los medios en el intento de tergiversar la realidad, ocultar verdades vergonzosas de gobiernos del pasado o magnificar simples defectos del gobierno actual y presentarlos ante la opinión como un síndrome de criminalidad que nadie cree. Total, el pueblo cansado de los abusos, de la criminalidad estatal, de las guerrillas, del paramilitarismo, de la politiquería, de la corrupción, comienza a expresarse de otra manera.
Esa otra manera tiene un nuevo estilo, una nueva forma de ver y analizar los graves problemas que históricamente han atenazado al pueblo colombiano, hay nuevos planteamientos que involucran las fuerzas de las masas populares y que permite la expresión democrática de la protesta, por eso el pueblo marcha, por eso el pueblo protesta y lo hace sin miedo a ser reprimido y en el gozo de ese derecho se manifiesta y marcha sin violencia, ya no temen que los criminalicen, ya no tienen miedo a perder sus ojos, ya saben que no van a ser violentados, heridos u asesinados, por eso marchan en paz.
Las marchas del 27 de septiembre pasado, fueron históricas, la presencia de “Los nadies”, indígenas, cimarrones, campesinos, sindicalistas, gentes del común, intelectuales, grupos folclóricos y culturales, artistas, escritores, poetas, pintores, escultores, demuestran que Colombia está en los albores de un nuevo día, de una madrugada luminosa y llena de esperanza, un nuevo sol clarea en el horizonte y por más que los medios tradicionales y periodistas prepagos traten de tergiversar, calumniar y opacar este cambio con sus mensajes apocalípticos donde tratan de implantar el miedo y la desesperanza hacia ese futuro que se vislumbra, el pueblo no come cuento, sabe que hay esperanzas y las busca a su manera, con su presencia democrática y pacífica en las calles.
Leer a algunos políticos o periodistas, despotricados corceles del odio y el resentimiento que huérfanos de una audiencia verdadera enuncian debacles, cataclismos sociales, ruinas, zozobra y desesperanza, pero ya su eco no alcanza a ser amplificado por la masa, ya ese eco se convierte en un gemido que se apaga ante la realidad aplastante de un pueblo decidido a luchar por un cambio, por unas reformas que favorezcan a los que siempre han sufrido.
Uno logra entender la incomodidad de los de arriba, de los que siempre han detentado el poder político y económico, de esa clase media alta que vivía un sueño de poder, sin tenerlo; lo que no se logra entender es la calentura de quienes nunca han poseído nada y se niegan a entender que esta es la oportunidad, no de tener riqueza, pero sí de tener la fortuna de disfrutar de sus derechos, el de la salud, el de la educación, el de pensión, el del respeto de llegar a la vejez con dignidad. Como todo cambio exige acomodo y reacomodo, es decir, corre los muebles a los acomodados, por lo que tienen que moverse de la zona de confort y situarse en otra posición y a los que siempre han estado desacomodados, de pie o de rodillas les permite acomodarse, no el sillón mullido del dinero, pero sí, en el de la dignidad y el respeto por sus derechos.
Y el pueblo marchó, y las marchas fueron nutridas y La Plaza Bolívar en Bogotá estaba a reventar, repleta como solo Petro la sabe llenar de un pueblo empoderado, de un pueblo reclamante que reclama del gobierno inversión y atención, de un pueblo que exige a su propio presidente, ese que eligió con copiosa y abrumadora votación, le exige que trabaje por la reivindicación de los derechos del pueblo, derechos conculcados históricamente, un pueblo que exigiéndole a su presidente le exige a los políticos, senadores y representantes que le den paso a las reformas, que no las tranquen, que basta ya de obstaculizar lo que el pueblo reclama y que es un derechos.
Con estas marchas el pueblo notificó a la clase dirigente y a los poderosos que hay una mayoría capaz de reclamar pacíficamente por sus derechos, pero tácitamente advierte un algo así como: ¡no nos provoquen!