Por: Diógenes Armando Pino Ávila
¿Qué sería la vida sin problemas? ¿Qué sería la vida de una persona sin dificultades? ¿Valdría la pena vivir una vida muelle y sin preocupaciones? La verdad, el hombre en su terca y eterna búsqueda de la felicidad, desde siempre, trata de conseguir esa sabiduría, idealizándola, interpretándola y reinterpretándola acorde a la episteme de la etapa histórica que le toca en suerte vivir. Los filósofos griegos, que buscaban la felicidad en alcanzar el conocimiento, la sabiduría en el entendido que el sabio sería un hombre justo y que esa justicia le daría la felicidad.
Esa búsqueda de sabiduría los llevó a indagar sobre temas trascendentes, la vida, la muerte, el cosmos, el ser, dios o dioses, la naturaleza, ahí precisamente nace la enseñanza y el aprendizaje como lo conocemos ahora, pues antes se conocía haciendo y a partir de ahí se aprendía y enseñaba oyendo, hablando, discutiendo, debatiendo, pensando. Lo anterior dio nacimiento a métodos y estilos de enseñanza, la peripatética, la mayéutica, La Academia, El Liceo, en fin, la escuela, el colegio, la universidad.
Es fácil intuir que, desde la invención de la escritura el hombre se vio compelido a almacenar las tablillas, papiros o pergaminos que contenían sus escritos y luego tuvo que inventar un sistema o código de registro para encontrarlos de acuerdo a la temática que contenían, y que, la necesidad de enseñar, de aprender ya establecida en un recinto o fuera de él, debía complementarse con los conocimientos acumulados en manuscritos, papiros que preservaban el saber de las generaciones anteriores y estos manuscritos apilados ordenadamente fueron los rudimentos de las bibliotecas que conocemos hoy día. Es decir, su creación no fue espontanea, obedeció a la necesidad de consulta y confrontación de saber por parte de los jóvenes.
Así, supongo nacieron las bibliotecas, las que históricamente los clásicos citan: Archivo de Hattusa, Bogazköy (Turquía), 1900-1190 a. C., Biblioteca real de Asurbanipal, Nínive (Irak), 668-627 a. C. La biblioteca de Aristóteles, Atenas (Grecia), s. IV a. C. Biblioteca real de Alejandría, Egipto, c. 295 a. C.-¿s. III d. C.? Biblioteca real de Antioquía, Antakya (Turquía), 221 a. C.-363 d. C. Biblioteca de Pérgamo, Bergama (Turquía), s. II a. C. Biblioteca de Celso, Éfeso (Selçuk, Turquía), ss.I-III d. C. Villa de los Papiros, Ercolano (Italia), s. I d. C. Biblioteca Ulpia, Roma (Italia), ss. II-V d. C. Biblioteca imperial de Constantinopla, Estambul (Turquía), 337/361-1453.
A partir de éstas se fundaron, organizaron y estructuraron las del mundo occidental y de ahí hacen su tránsito al resto del mundo, claro está en América hubo escritura, matemáticas, literatura antes de la llegada del colonizador europeo, quienes, a través de sus frailes, se dedicaron a incendiar y destruir todo signo de cultura propia de los pueblos originarios, pues iban según ellos contra su lengua, su cultura, sus creencias, sus leyes y su dios. Por ello erigieron sus propias universidades y sus propias bibliotecas en los grandes centros urbanos de la época que eran los enclaves de poder español en el Nuevo Mundo. En nuestro país pasó tal cual, y a las ciudades intermedias les llegó las bibliotecas en forma tardía, y a algunos de los pueblos llegaron a finales de los años 80s y a otros apenas en este nuevo siglo.
Corría el año 83 y había sido nombrado por Decreto como alcalde de Tamalameque y a pesar de tener una Escuela Agropecuaria donde se estudiaba el bachillerato, no tenía nuestro pueblo una biblioteca. Me enteré que en Cartagena por esos días se celebraba una feria del libro, y tomé la decisión de comprar los primeros textos para fundar la nuestra. Contraté un Campero de los que transportaban pasajeros de la población de El Burro a Tamalameque, este era conducido por el señor Gilberto Beleño y viajé con él a Cartagena con el claro propósito de comprar libros,
Visité la feria, miré todos los stands de venta de libros, pregunté, consulté hojee, averigüé precios y le dije a uno de ellos que quería hacer una compra de libros, me pidió que más o menos cantidad, le dije no saber pero que la compra ascendería a una suma regular para la época (No recuerdo la suma), me dio una dirección del barrio Manga y que fuera a los 8 de la noche. Llegue a manga y me dijo este es su pedido, como cinco cajas selladas, no sabía que contenían. Pedí que las abriera y en su interior apilados estaban hermosas enciclopedias finamente empastadas con un mismo color.
Le dije que no, que quería comprar libros para una biblioteca pública que quería fundar en mi pueblo y que pediría titulo por título y autor por autor, todo en ediciones populares que para que, no solo, rindiera el dinero, sino para tener más libros al servicio de mi gente. El vendedor soltó una carcajada y me dijo: «pensé que era para decorar un departamento» (Los mafiosos compraban, en ese entonces libros por metros). Hubo que ir a la plaza al día siguiente y compré una gran cantidad de libros y regresamos al pueblo con el pequeño carro alquilado repleto a más no poder de libros para la biblioteca. El señor Gilberto Beleño, el conductor, conoció a Cartagena y venía feliz con un casete que había comprado en un quiosco del centro y todo el viaje puso en el pasacintas del carro un vallenato de Diomedes que decía: Voy navegando por este mundo sin mundo fijo / a ver si encuentro el barco pirata dónde se fue / Si no le encuentro yo me convierto en un submarino …