Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Por estos días las Instituciones Educativas, de primaria y secundaria, realizan labores que se repiten los fines del periodo lectivo, se ven estudiantes lijando los pupitres que rayaron y maltrataron durante todo el año, borrando frases, escritos, corazones atravesados por flechas disparadas por ese angelito juguetón llamado cupido, corazones entrelazados que cuentan la historia de un romance, fórmulas matemáticas y químicas que iban a ser preguntadas en un examen o prueba.
Se ven estudiantes en los patios sentados en círculos realizando trabajos de grupo, o estudiantes sentados y separados por espacios bajo la vigilancia de un profe que les hace algunos test para recuperar el último periodo o para permitirles pasar ilesos el año escolar. Otros estudiantes se encuentran concentrados leyendo algún texto o repasando en su cuaderno las notas de una asignatura que ha puesto en peligro su promoción escolar o su graduación de bachiller.
En algunos profes se nota una ceño adusto y recriminador que pone distancia entre él y sus estudiantes, otros más sociables son asediados por un enjambre de estudiantes de diferentes grados que esperan su oportunidad para pedir quejumbrosamente «profe ayúdeme», «profe póngame un trabajo que yo se lo hago», «¿profes, ya revisó el trabajo que le entregué? », «¿profe que nota saqué? », algunos profesores sonríen, critican y recriminan el por qué en todo el año no hizo trabajos el estudiante, o porque fueron ausentistas, otros no aceptan el acercamiento y aducen que ya calificaron, que ya pasaron las notas.
Todos los años ocurre igual y, por supuesto se argumenta de igual manera estos hechos, y al interior de las reuniones entre docentes y directivos se comienza a evaluar los resultados institucionales y se generan discusiones bizantinas, iguales, todos los años. Generalmente la discusión se centra en que ellos califican así, porque es la única manera que el estudiante aprenda y de repente una voz en solitario se levanta y dice que hay que cambiar el método, que la cosa no es solo calificar, sino, que lo que se debe es evaluar y que ello significa mirar todo el proceso enseñanza y aprendizajes, que hay que mirar las diferencias individuales y los ritmos de aprendizajes de los estudiantes, pues todos no aprenden al mismo ritmo.
No se puede negar, si hay discusión al respecto de la forma de calificar o de evaluar, el gran problema dentro del profesorado es que nadie le da la razón al otro, no se reconoce el saber pedagógico, tal vez por no dominar la pedagogía y sus disciplinas auxiliares, de pronto por la tendencia tradicionalista de enseñar como aprendimos, la verdad, esta discusión es eterna, no hay un cuestionamiento razonado entre pares sobre situaciones evidentes como: ¿la temática desarrollada en clase es del interés del estudiante?, ¿La metodología utilizada para enseñar los diferentes temas de mi asignatura es la apropiada?, ¿Los conceptos que desarrollo en clase son entendibles para mis estudiantes?, ¿Mi actitud como educador (demasiada confianza o demasiada rigidez con el estudiantado) favorece o no mi desenvolvimiento como docente?
¿Calificar con severidad y rigidez, realmente hace que el estudiante aprenda o el aprendizaje es otra cosa? Sería bueno preguntarnos si la forma de calificar acerca al estudiante al saber que queremos brindarle o por el contrario hace que le tomen animadversión. Si mi acida forma de calificar es buena debe reflejarse en los resultados de las pruebas saber y las ICFES pero, si aún así, los resultados de mis estudiantes en dichas pruebas es bajo o medio debo revisar mi método y ser consecuente con el razonamiento y asumir cambios para el otro año.
Creo que para entender esta compleja situación de lo que es calificar, evaluar y poner una nota se hace necesario explicarlo en su elementalidad, para ello voy a utilizar un símil, que permita que el padre de familia, el estudiante, el docente, el directivo docente, el ciudadano común comprenda las diferencias entre estos conceptos.
Calificar es como una fotografía que muestra un momento del aprendizaje, el educador hace una prueba y toma una nota, es la fotografía, solo muestra una imagen, un momento, un punto desarrollado del tema. Evaluar, es un video, tiene movimiento, varias imágenes, muestra muchos momentos, es la secuencia de un proceso del aprendizaje, tiene una mirada global del aprendizaje. La nota, el numero o letra que va al boletín, el que permite computar si se aprueba o no en la asignatura, no puede ser como una foto con una sola imagen, esta debe ser como un collage, es decir una fotocomposición armada por varias fotos sacadas de esa especie de video que es la evaluación.