Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Los amigos del statu quo, dirán que soy demasiado crítico y que a lo mejor sea un iconoclasta, pero no, solo trato de desmitificar algunos conceptos histórico-culturales con implicaciones de dominación en las relaciones capital-territorios del departamento del Cesar, tratando de mostrar, de visibilizar lo que a través de 54 años han convertido en relato deculturador, de la cultura vallenata sobre lo vernácula y terrígena de nuestros pueblos, además de la  imposición política y dominación social de los detentores del poder en la capital sobre los territorios que conforman el departamento.

    Se creó el departamento del Cesar y su clase dirigente embriagada por el triunfo y la sed de poder con miras a repartirse ese recién horneado ponqué electoral, con apetitosos y llamativos adornos y confitería de burocracia y velitas en dinero que iluminaban el deseo de esa nueva casta política que ponía a salivar sus papilas gustativas en el deseo irrefrenable de participar en la mesa servida inicialmente por Alfonso López Michelsen, a quien respetaban y admiraban, y el que sabiamente supo manejar a su antojo la genuflexa nueva capital que se le rendía como vasallos a sus pies.

    López y sus nuevos amigos buscaron un nexo que comunicara y consolidara su poder y se valió de una lejana parentela, que apareció por arte de magia en el momento preciso, y que se arraigó en el imaginario vallenato posicionando a ese primer gobernador como vallenato de sangre, ungido como gobernador por la gracia de Lleras y para honra y prez de la nueva capital.  López fogueado en mil batallas políticas y conocedor de los efectos del halago, aprovecho sus dotes de prestidigitador y utilizó las parrandas para inoptizar la clase emergente, hombres de frontera de origen o emparentados con la Guajira, cuyas fortunas de ganaderos y agricultores tradicionales habían acrecentado con la ilícita actividad del contrabando de toda especie y la venta de armas.

    Alfonso López, desde un comienzo se engolosinó con la capital y sus nuevos amigos que moldeaba y promovía a su antojo, capricho e intereses y se olvidó de los territorios, los municipios que conformaron a ese Cesar recién fundado, solo eran tenidos en cuenta como cauda electoral, no había inversión de ninguna naturaleza, todo el esfuerzo y la inversión de los dineros del departamento eran concentrados e invertidos en Valledupar, la prioridad de López y sus amigos era hacer de Valledupar una ciudad igual o superior a Santa Marta. Tal idea competitiva con la antigua capital les impulsó a crear, incluso, un certamen festivo y como Santa Marta dese 1.959 había instituido la Fiesta del Mar para conmemorar anualmente su aniversario, acá retomaron una idea que venía de Fundación y que fue retomada por Gabo y sus amigos en Aracataca y bajo el cliché de estas instituyeron el Festival de música de acordeón al que llamaron de música vallenata.

    Fue tal el olvido hacia los territorios que decidieron llamarnos genéricamente «El Norte del Cesar, El Centro y El Sur» omitían el nombre de nuestros pueblos y nos señalaron como cosas o por el sitio, como si fuera el «Cuarto de San Alejo», una nominación vaga, que no dice nada, que no significa ninguna cosa, un desplante a lo que somos, a nuestra cultura, nuestras raíces, nuestro existir. Todavía perdura y nosotros los habitantes de los territorios comenzamos a llamarnos así, «Los del centro», «Los del sur», sin siquiera imaginar las connotaciones de abandono y dominación que implica la negación de nuestra existencia como pueblos.

    Para el hombre del Sur o del Centro del Cesar ¿qué significa ser del sur o Centro?, nada, pues esta nominación no es vinculante con la historia y la tradición de dichos territorios, pero si pasamos a llamarnos con un término vinculante con la historia, cultura y tradición, de seguro se emergerán las raíces que le darían cohesión como territorios afines con formas identitarias comunes. Si en vez de eso, nos nominarnos como «Pueblos del río y de la ciénaga» afloraría el motivo vinculante de la cultura, de la tradición y las costumbres que nos dan ese anclaje especial con el territorio y sabríamos que Gamarra, La Gloria, Tamalameque, Chiriguaná, Chimichagua, Astrea, La Jagua, El Paso y Becerril, También Pailitas y Curumaní (por haber sido segregados de Chiriguana o Tamalameque), y posiblemente Bosconia y el Copey por la vía de Plato, tienen origen en  El Río Grande de la Magdalena y que los demás son asentamientos de Santandereanos, otros son pueblos indígenas, y que vallenatos solo quedarían San Diego, La Paz y el mismo Valledupar con descendencia originaria común en los pueblos de la Guajira.

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