Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Mediada la década de los 70s se daba en el Caribe colombiano, sobre todo en Cartagena una inquietud de búsqueda de las raíces, de los orígenes de los pueblos y en esa búsqueda se trataba de dar explicación histórica, sociológica, antropológica a el porqué de determinadas tradiciones, costumbres y el origen de prácticas musico-danzarias en las comunidades.
Por ese entonces, 1977, veíamos embelesados una miniserie de TV basada en el libro de e Alex Haley donde contaba, en forma emotiva, la historia de un joven adolescente africano, y las generaciones de su familia, el joven llamado Kunta Kinte, traído a América para ser esclavizado. Este personaje fue protagonizado magistralmente por LeVar Burton y contó con un elenco de lujo donde se encontraban actores afroamericanos de renombre como: Olivia Cole, Ben Vereen, LeVar Burton, John Amos, Louis Gossett, Jr., Leslie Uggams, Georg Stanford Brown, entre otros, la miniserie fue tan buena que Raíces recibió 37 nominaciones, ganando 9 Emmys, un Globo de oro y un Peabody Award.
Con este récord, se puede deducir el por qué impactó tanto a la audiencia del Caribe colombiano y por qué suscitó los interrogantes de búsqueda de los orígenes. En el Territorio se daba como una fiebre la creación de Casas de La Cultura, bibliotecas y sobre todo la creación de grupos de danzas, teatro, en las escuelas y colegios se vigorizaban los centros culturales o viernes culturales, donde de la mano de los maestros los estudiantes de primaria y secundaria debutaban declamando poemas y realizando obras de teatro o sainetes con temática de las novelas que se leían en la clase de castellano.
Fuera del ámbito escolar, comenzamos la búsqueda de “ese algo” que representara la insignia cultural de nuestro pueblo, nos era difícil encontrarlo, la aculturización, sufrida con la imposición de cultura de otras localidades, había logrado el propósito de borrar de la memoria colectiva, parte de nuestro pasado, parte de la riqueza cultural ancestral que nos legaron los mayores. No veíamos nuestra cultura, pero ella estaba ahí, resistiéndose a morir. Un día de septiembre en que le tocaba la novena de nuestro Santo Patrono, El Cristo de Tamalameque, como a las 5 de la madrugada, desperté sobresaltado al escuchar el dum dum de unas tamboras, me levanté presuroso, asomándome a la calle y observé a un grupo de personas del barrio Palmira que llevaba en andas la imagen del Santo Cristo y detrás de ellos unos ancianos que tocaban la tambora y el currulao, mientras entonaban una Tambora que decía: “Naranjas y limas, limas y limones, más linda la virgen que todas las flores” , mientras cantaban se acompañaban tocando palmas. Esta visión fue como un rayo, una luz que me deslumbró y al mismo tiempo me ilumino la razón, solo faltó que como Arquímedes gritara alborozado ¡Eureka!.
Así de golpe encontré lo que buscaba y no hallaba, la Tambora era nuestra insignia folclórica y cultural, pues ella encarnaba nuestro pasado, nuestra cultura, nuestra oralidad, nuestra historia de pueblo, era la representación musico-danzaría del territorio. Tal encuentro me llevó a introducirme por el mundo de la investigación cultural y con más intuición que conocimientos comencé, primero deslumbrado, observando un mundo ignorado por la mayoría de mis paisanos, encontré relatos, costumbres, creencias, mitos, leyendas, una oralidad llena de matices y ribetes mágicos que me llevaban de asombro en asombro, de descubrimiento de un mundo del pasado, para mí, nuevo.
Luego de esa observación y deslumbramiento tomé la decisión de describirlo, pues sentía la necesidad de escribirlo para que mis hijos y mis futuros nietos, las nuevas generaciones lo pudieran leer, la verdad creía que la tarea de revivir dicha cultura, de levantarla del olvido y traerla al presente de entonces sería titánica, siendo sincero, lo veía como una tarea fuerte, pesada, pero realizable. Busqué ayuda, tres amigos, Luis Gonzaga Vides Peña, Hernando Moreno, Edgar Guerra, me impulsaron, dándome animo a seguir en la brega. Y en el año 1.978, realizamos en el atrio de la iglesia, el Primer Festival de Tamboras de Tamalameque, participaron dos grupos de ancianos uno del barrio Palmira y otro de la calle Aluminio y dos grupos improvisados de adultos que se entusiasmaron con la idea y bailaron, cantaron y tocaron tamboras, lo mismo que estudiantes de los colegios de primaria que participaron con algunas danzas.
Fue el momento estelar de La Tambora, el pueblo observó el espectáculo, aplaudió con alegría a los participantes, fue un reencuentro afortunado con nuestro pasado, con nuestra cultura y con el legado de nuestros mayores, presentamos con dignidad ante propios y extraños, la cultura y, ese reencuentro fue el espacio propicio para abrazar al presente con el pasado, el legado de nuestros mayores con los jóvenes de ese presente.