Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Hay una reticencia de gran cantidad de personas que manifiestan una fobia por la política, tal vez por la polarización que históricamente implica el ejercicio de ella, pues desde los tiempos de Aristóteles, ella encarnaba el dominio de una clase social y el sometimiento de otra o de otras.

Hay autores que la sitúan en El Neolítico, cuando comienza a organizarse la sociedad en un sistema basado en jerarquía donde algunos individuos ejercen su poder sobre el resto, en razón a su fortaleza física o por ser el más inteligente. De ahí en adelante la política ha sido de dominio de algunos individuos sobre otros, es decir, toda la historia de la humanidad está atravesada para bien o para mal por la política. En los tiempos actuales se habla de polarización, desconociendo que desde siempre esta ha existido pues las tensiones que se dan entre individuos o clases son permanentes e incluso dinamizan el avance o retroceso de las sociedades.

Ahora ¿qué es la cultura? Según UNESCO Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en La Declaración de México sobre las Políticas Culturales de la UNESCO de 1982 define la cultura como los distintos rasgos espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad. Abarca las artes, el estilo de vida, los derechos humanos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cultura da forma a los individuos y a las sociedades, fomentando la unidad a través de valores y tradiciones compartidos. Veamos entonces, si la política es connatural con el hombre y la sociedad, hay necesariamente una conexión entre política y cultura.

Durkheim, creía que la cultura tiene muchas relaciones con la sociedad, como el poder que tienen ciertas categorías culturales y creencias sobre los individuos. Tanta que es la presión social del colectivo sobre el individuo la que forja su identidad cultural, es decir sus gustos, creencias, costumbres y tradiciones.

Ahora bien, las relaciones de poder entre clases e individuos han impulsado la mixtura entre política y cultura a tal punto que en América latina se dio y se sigue dando el llamado “blanqueamiento cultural” que no  es otra cosa que  un proceso que conlleva el abandono de las costumbres de origen del grupo o individuo impulsándolo a adoptar la cultura dominante, la cultura blanca, es decir una especie de alienación y negación de la propia identidad y la asunción postiza de la identidad del dominante, llegando incluso al blanqueamiento racial como practica social, política y económica.

Al hablar de blanqueamiento cultural se puede mencionar practicas sociales como: la mimesis con la que el individuo o ciertos grupos encarnan la cultura del blanco, imitando sus gustos musicales, estéticos, gestos y comportamientos, es decir, asumen gustas “refinados” o como la música “culta”, los vinos o la gastronomía europea, renegando de lo propio, lo terrígena. Con esta actitud pretenden acercarse a la imagen blanco-mestiza en aspectos como el progreso la civilización y “la inteligencia”.

Es en este punto donde caen en ciertas actitudes contradictorias muy propias de provincia, se puede citar el caso del vallenato que era negreado por parte de la sociedad de ganaderos y comerciantes en Valledupar, mientras abrazaban aspectos musicales y danzarios de otras latitudes, lo mismo que ocurría en algunos pueblos aledaños al Gran río donde se asumía la ranchera, la música de viento y últimamente el vallenato negreando o indianizando la cumbia, la Tambora, el chandé o el pajarito.

En los últimos tiempos, sobre todo a través de las redes sociales, se han creados grupos que hablan de “cultura” con la consabida fobia a la política, sin embargo, caen abiertamente en la mimesis, y como snob promueven la cultura eurocéntrica, como si las locomotoras a vapor que unía la ciudad de Paris con Bruselas financiada el barón James de Rothschild, inaugurada con fastuosidad el 13 de junio de 1.846 narrada por Orlando Figes en su libro “Los europeos” donde sostiene que a partir de ahí se inició la consolidación cultural de Europa y parece que  hubiera tenido una estación en algunas provincias de nuestra patria y a partir de ahí se hubiera generado el gusto por la cultura blanca y a partir de ese momento los gestos, gustos gastronómicos y culturales asumidos lleven a la impostación de una cultura extraña que a veces entra en contradicción con el provinciano que se lleva por dentro que le gusta la cumbia, el vallenato, el porro o la Tambora pero que en público aparente el gusto estético de lo europeo.

Artículo anteriorGobernadora del Cesar radica proyectos ante la Asamblea
Artículo siguienteFranco tirador del ELN asesinó un soldado en Hacarí Norte de Santander

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí