Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Desde las orillas del Río Grande de la Magdalena, oyendo su suave rumor, viendo como declina la tarde en un rojizo arrebol, me decido enviarte estos dos poemas, esperando tu lectura y tu comentario.

Timidez

Hay días que mi corazón te anuncia

y hasta tarde te espero

con la lámpara de la esperanza encendida

Y las puertas de mi amor

abiertas de par en par.

En la inquietud de mi vigilia te presiento

Etérea,

errabunda en las corrientes de la pasión,

sin encontrar el camino real

que te conduzca ilesa al puerto de mi amor.

Sabes?

Tengo una rosa de los vientos

con la que ubico las coordenadas de mi vida

y una brújula infalible

que te marcará por siempre

el norte de mi amor.

Por eso desde esta roca inamovible

que son mis sentimientos,

te espero pacientemente

hasta que me encuentres,

pues mi amor vive encallado

en el arrecife encantado

de mi timidez.

Ruta ineludible

De nada sirve recordar mis naufragios anteriores

si estoy condenado de nuevo y sin remedio

a naufragar en las aguas abisales de tu sexo.

De qué sirve la rosa de los vientos

si la quilla de mi barco

siempre navega en dirección a tu puerto

e indefectiblemente encallará en tus corales.

De qué sirve arriar las velas

de mi endeble navío

si el viento con terquedad

me empuja hacia tus acantiladas costas.

De qué sirve utilizar el astrolabio

o conocer la posición exacta de las estrellas

si la ruta indeclinable de mi viaje

siempre terminará en tus embrujadas playas.

¿Por qué me resisto?

¿Por qué me rebelo?

¿Por qué me ilusiono?

Si mi viejo barco, desde joven

ancló por siempre en las aguas tibias

de tu amor sin condiciones.      

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