
Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Desde el 26 de octubre del 2023, en que recibí como regalo una carta de la Secretaria de educación del departamento de el Cesar, donde así, sin más, me decían que quedaba desvinculado del trabajo, por haber llegado a la edad limite permitida por la Ley, muy amablemente me despedían como a todos los docentes que llegan a esa edad; lo hacen sin ningún miramiento, sin ninguna consideración, peor aún, ni siquiera matizan el mensaje, al contrario, lo recalcan con dos palabras brutales: “Retiro forzoso”.
Desde entonces no había pisado más un centro educativo, en abril de este 2025, a propósito de la conmemoración del aniversario de uno de los colegios de bachillerato fui invitado a hablar de uno de mis libros: “La noche de los mil arcoíris”, un libro de cuentos donde narro una serie de historias. Con los estudiantes sentados en la gradería de la cancha múltiple, les hablé de mi libro y contesté preguntas formuladas libremente por profesores y alumnos. Tres días después, con ocasión del “día del idioma”, fui invitado en el otro colegio de bachillerato, en uno de los módulos de socialización diserté, sobre la identidad y el sentido de pertenencia del individuo con su medio.
Dos o tres días después, un muchacho y una joven me abordaron, me dijeron con amabilidad que cuándo estaría desocupado para que les permitiera hablar conmigo, les dije que ese era el momento, que pasaran a mi pequeño estudio y habláramos. No tenía la más mínima idea de cual sería el tema de sus inquietudes. les invité a tomar la palabra mientras nos tomábamos un café, se miraron mutuamente y noté la indecisión, pensé que tenían algún problema familiar o sentimental y que buscaban un consejo, el que por mis canas podía facilitarles.
Pues no, me equivoqué de plano. La joven tomó la iniciativa y me lanzó las siguientes preguntas: ¿Por qué la mayor parte de sus textos y publicaciones en las redes sociales, casi siempre, hablan de Tamalameque, sus personajes, sus costumbres, anécdotas, su cultura? ¿Por qué no trata de otros lugares? ¿No le sacaría mejor provecho a su capacidad de escritor hacerlo sobre otras culturas y comunidades? Hice un silencio calculado, miré al muchacho y le pregunté: ¿Cuéntame, ¿cuál es tu inquietud?, bajó la mirada y me respondió, tengo la misma inquietud que ella.
Volví a hacer silencio, sospesaba una respuesta que fuera acorde con la inquietud de ellos, con su edad (15 0 16 años) y tal vez con el nivel de lectura que tuvieran como estudiantes. Tome aire y decidí hacerles una explicación elemental sobre el valor de lo propio, le dije que fui criado en Tamalameque, y que desde pequeño me inculcaron el valor de nuestro pueblo, a partir de ahí, se derivó un interés creciente por conocerlo, ya no físicamente, sino, a través de su historia, costumbres, tradiciones, leyendas, personajes; y en la medida en que profundizaba en ese conocimiento, sentía que comprendía los problemas trascendentales de la humanidad, entendía conceptos como, vida, muerte, destino, suerte, envidia, amor, patriotismo, etc.
Comenté que, al adentrarme en esas temáticas, vistas a la luz de la elementalidad de mi pueblo, pude conocer sobre la sociedad, las inter relaciones de los hombres como miembros que conviven en un espacio delimitado por idioma, historia común, cultura en un momento determinado, y que el deber de todos es conocer en primer lugar lo propio, y a partir de ahí conocer lo demás y tener la claridad de discernir si vale la pena ser tragado por la globalización y convertirnos en pueblos anónimos, sin cultura propia o reafirmar nuestra identidad.
Expliqué, lo local, lo propio es a la larga, el reflejo del mundo, pero visto sin las complejidades y honduras propias del intelectualismo, y comprender que, con sencillez puedes narrar historias, escribir textos sobre los problemas de la humanidad conociendo los problemas de tu pueblo, que esto no quiere decir que debamos privarnos del conocimiento especializado y profundo de las ciencias sociales y la literatura universal, pero si, entender que al leer el entorno, se puede inferir los problemas universales que desde siempre han inquietado a la humanidad.
Gabo no hizo otra cosa que, al describir la vida en Macondo, describió la vida y la historia de Latinoamérica. León Tolstoi al escribir y contar historias sobre la aldea rusa, describió grandes y complejos problemas humanos. Narrar lo exótico, lo lejano puede darte un barniz de intelectual, de persona instruida, viajada, pero tarde que temprano, los lectores avezados mirarán por las fisuras de sus textos y descubrirán las costuras con que fueron fabricados y se desencantarán y abandonarán.
Mantengo una posición crítica sobre el centralismo cultural: creo que el hombre creativo no requiere vivir en la gran urbe capitalina para hacer arte o literatura. Pienso que mi pueblo, por pequeño que sea, presenta condiciones como: la paz, la belleza, sus paisajes, personajes, los dramas cotidianos que merecen ser contados, claro está, con ética y honestidad.
Pregunté si tenían otra inquietud, me contestaron que no, pero que en otra oportunidad volverían a tocarme otros temas. Me despedí diciendo que grabaran en sus memorias esta frase atribuida a León Tolstoi:
“Describe tu aldea y serás universal.”