
Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Chateando por wasap, un amigo (Chichi Rapalino) de Chimichagua, me contaba que había estado en la Biblioteca Departamental del Cesar “La Carrillo Luque” y al visitar “La sala patrimonial” buscando los libros de los autores del centro y sur del Cesar, se llevó la sorpresa que no los encontraba, tuvo que pedir ayuda y después de muchas vueltas, miradas y repasos a los anaqueles, encontraron que en un stand, en el anaquel más bajo, a ras de piso, habían enmohecidos algunos de los textos que él necesitaba consultar. El Chichi Rapalino inquirió mi opinión al respecto, habida cuenta —me dijo— ahí encontré algunos de tus libros.
Hoy hojeando mis libretas —utilizó varias al mismo tiempo— encontré la nota que hice sobre el comentario de El Chichi Rapalino y tomé la decisión de escribir sobre el tema porque la historia de la literatura no es solamente la constelación de obras maestras, sino también el apagón brutal del genio que no pide permiso, ni hace venias para plasmar el estro, producto de su magín, estos sufren muchas veces, silencios, rechazos, y excusas. Muchos de los escritores y artistas hoy reconocidos, encumbrados y citados como grandes ocultan en sus biografías que fueron estigmatizados por la pobreza, el desprecio editorial, el exilio, la enfermedad o el aislamiento social. Ahora bien, la marginalidad, ha sido, si se quiere, en algunos casos, un mal necesario para producir una obra literaria universal y auténtica que permitió y permite romper postulados, imposiciones estéticas y éticas.
El caso no es nuevo, en la historia de la literatura universal abundan casos de autores, grandes autores, que sufrieron la marginalidad por haber escrito en lenguas nativas o que sus estilos no cumplían los cánones exigidos por los críticos literarios de su tiempo, porque vivieron en zonas retiradas donde no había centros editoriales o culturales, porque vivieron en la pobreza extrema, así mismo en lo social o política, sufrieron el rechazo por sus ideas, su estilo, su origen étnico o su orientación sexual; por último, no lograron que el producto de su genio fuera publicado en vida, o sufrieron el rechazo continuado y sistemático de las editoriales. Como ejemplo solo citaré a tres grandes escritores que sufrieron la marginalidad de diferentes formas.
Franz Kafka (1883–1924), Escribía en alemán en una ciudad (Praga) mayoritariamente checa, y su obra era considerada incomprensible por los editores de su tiempo. Enfermo de tuberculosis, apenas publicó en vida. Le pidió a su amigo Max Brod que destruyera sus manuscritos. afortunadamente Brod no cumplió su pedido, y gracias a eso, hoy Kafka es un pilar de la literatura universal.
Emily Dickinson (1830–1886) publicó algunos poemas en vida, y la mayoría fueron editados sin su consentimiento. Por su estilo con falta de puntuación convencional, no se ajustaba al gusto editorial de su época. Su obra fue recopilada por su hermana y amigos. Hoy es una de las poetas más influyentes de EE. UU.
Fernando Pessoa (1888–1935 solo publicó en vida un libro en portugués, la mayor parte de su obra fue hallada en un baúl tras su muerte. Fue un solitario, con múltiples heterónimos, y su trabajo no era comprendido en su tiempo. hoy es uno de los más grandes escritores de la lengua portuguesa.
Ahora bien, en nuestro medio se sufre la marginalidad por capas:
Los escritores de los pueblos son marginados por los medios de comunicación, centros culturales e instituciones públicas departamentales encargadas de promocionar, hacer seguimiento y acompañar a los escritores y artistas de los pueblos; no lo hacen, se encuentran engolosinados con los escritores, autores de la capital, no con todos, solo con los que tienen la bendición o pertenecen al sequito de los que ostentan el poder, los otros son desconocidos, marginados por múltiples razones y utilizan la negación de su valía para anonimizarlos. Algunos terminan abandonando sus sueños y terminan desencantados; otros siguen luchando en solitario, publicando cada vez que pueden con la ayuda y mecenazgo de los amigos.
La otra capa de la marginalidad, la sufren los consentidos del poder de las capitales de departamento, pues a nivel nacional, Bogotá, también tiene su círculo cerrado, ahí también hay algunos escogidos, los que gozan del privilegio de las editoriales y se les abre las puertas en los grandes centros culturales. Finalmente, estos, los de la capa alta capitalina, también sufren la marginalidad en los centros culturales de las grandes urbes de la literatura y de las artes.
Así pues, esto es una cadena, o cascada de marginalidad de lo local hacia arriba, por lo tanto, el que sienta la punción vital de escribir o hacer arte que no se complique la vida con ser uno de los escogidos, hay que hacer lo que nos gusta, gústele o no a las elites del arte, la cultura y la literatura y sin hincarse ante los que creen ostentar el poder y la última palabra de cuál puede o cuál no puede pertenecer al club de los escogidos, seguir dando salida a la inspiración o al trabajo intelectual creativo.