Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Hay pueblos, con una robusta riqueza histórica, tradiciones, costumbres, leyendas y personajes, además de algunos hermosos paisajes con los cuales la naturaleza les premió; lo más importante su gente, su amabilidad, la hospitalidad con que reciben al foráneo, ello hace que se sienta placer llegar a dicha localidad.

Generalmente dichos poblados tienen entre sus habitantes a jóvenes y adultos conocedores de su historia, costumbre, tradiciones, en fin, de su cultura y con el orgullo de quien ama su terruño, apasionadamente la cuentan a las nuevas generaciones y al viajero que les visita. Este gesto y condición de apropiación y sentido de pertenencia indica que es un pueblo culto, que ama y siente orgullo por su cultura.

Hace algún tiempo, estos pueblos sentían su cultura amenazada por cuenta de culturas ajenas al territorio que intentaban invadir y constituirse como cultura dominante en detrimento de la cultura local, en nuestro pueblo, lo embates contra lo vernáculo venías, por el río, luego el ferrocarril y las carreteras que traían la música de rancheras en las películas mexicanas que proyectaban los gitanos en sus carpas.

Luego con el río vinieron los boleros y la música de orquesta, la proliferación de vitrolas en los bares y picós en los bailaderos públicos, opacando la Tambora con expresión de baile y canto propio, no obstante, nuestros mayores hicieron resistencia, replegándose a los barrios humildes del pueblo, donde las vísperas de los santos patronos de sus familias, festejaban hasta el amanecer en las noches de guacherna.

Un poco más tarde llegó a través de los picós, el vallenato, y en las casetas donde se bailaba, llegan las primeras noticias de la música de acordeón, pero la resistencia de nuestros mayores persistía y con sabiduría y la terquedad del que tiene la razón, siguieron practicando y defendiendo la música heredada de sus abuelos.

No podemos negar que la presión ejercida por la música de acordeón, como cultura dominante, impulsada, difundida, patrocinada con los dineros del departamento del Cesar, golpearon severamente la música nativa, instaurándose en una amplia capa de la población, sin embargo en 1978 después de un arduo trabajo de investigación empírica y la colaboración de un grupo de jóvenes, se pudo realizar el primer festival de Tambora y en 1.986 se realizó el segundo, este fue el detonante para que en la mayoría de los pueblos de la Depresión Momposina se despertara el interés por la música de nuestros mayores, ese despertar se mantiene hasta nuestros días.

En el caso del departamento del Cesar, donde la Tambora como música propia había sido borrada de la memoria colectiva en los pueblos del río y de la ciénaga, ha ido, poco a poco tomando auge y en los concejos municipales se firman y promulgan acuerdos reconociéndola como la música oficial y declaran patrimonio cultural a los festivales de tambora que se han comenzado a realizar en estos municipios.

Lo anterior es el lado positivo que hay que resaltar, pero en mi pueblo, Tamalameque, noto con alta preocupación que, a pesar de tener esa riqueza de historia, leyenda, tradiciones, costumbres, personajes descritos al comienzo de este escrito, hoy vemos que no hay portadores de esa cultura. Nuestro ancianos sabedores y guardianes de esas tradiciones han muerto y los jóvenes parecen no motivados a mantener ese legado cultural que nos dejaron los abuelos.

Hace tres décadas, cuando la educación publica estaba en manos de los municipios, tomamos la determinación de nombrar maestros a una playada de jóvenes despiertos, que participaban en el movimiento cultural de Tamalameque, en los grupos de danza, teatro y poesía que se impulsaba desde la recién fundada Casa de la Cultura. Esos nombramientos obedecían a la esperanza que abrigaba como alcalde  de que estos muchachos permanecerían generando actividades culturales, me equivoqué de plano, pues tiempo después, se sintieron grandes para continuar en la brega cultural y abandonaron el compromiso cultural, es decir, no dejaron una escuela, un legado y el movimiento cultural ha ido dando tumbos en manos de algunos jóvenes que impulsan eventos pero no procesos, pero que de todas maneras han mantenido vivo algunos grupos culturales en nuestro pueblo.

El desgano y desinterés de nuestras gentes por la cultura es notorio, y pone en riesgo la preservación del acervo cultural de mi pueblo. Últimamente me han visitado en mi casa algunos muchachos del bachillerato interesados en consultar aspectos de nuestra cultura, ellos llegan impulsados por educadores jóvenes que han llegado a trabajar en nuestro municipio y que aún, no siendo tamalamequeros, intentan interesar a sus estudiantes por nuestra cultura, lo que me parece esperanzador y que ojalá sea el incentivo para que las nuevas generaciones retomen el camino cultural que teníamos hace algunos años.

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