Por: Diógenes Armando Pino Ávila

      Leyendo el último libro de GARY HAMEL, profesor de Harvard Business School, “EL FUTURO DE LA ADMINISTRACIÓN”, a más de sus innovadoras teorías donde alienta a innovar la administración, encontré un pasaje que me llamó poderosamente la atención y me llevó a abandonar mi inquietud intelectual por la administración moderna y asumí mi inquietud sentimental por mi pueblo y me acordé de mis paisanos jóvenes. Esa juventud que marchita sus años en nuestro pueblo, ahogando su desesperanza en el alcohol, matando el tedio a hondazo limpio con la piedra de su amargura, apretando desesperadamente el cuello de la pobreza tratando asfixiarla en un esfuerzo de subsistencia.

     Si, recordé a esos jóvenes nuestros, que todavía creen que el pueblo donde nació, es el universo, ya que no han tenido la oportunidad real de asomarse a la ventana del mundo para ver su infinitud, esos jóvenes que deambulan por nuestras calles tratando de sofocar el tedio y la abulia con grandes dosis de mamagallismo sano, esas jóvenes hermosas y bien dotadas que asisten al paso inexorable de los días, presintiendo su futuro en la casa de sus padres o suegros amamantando de sus pechos a bebes ignotos que reemplazarán en el futuro de los tiempos a los jóvenes de ahora.

    El cuadro que vi es desolador, y me estremecí de sentimiento cuando Gary Hamel citando al biólogo Stuart Kauffman de la Universidad de Oxford y su “paisaje adaptativo” con los que describe los límites del progreso evolutivo, pues en la cordillera alegórica de Kuffman, los picos más altos representan los niveles superiores de los logros de la evolución. A medida que una especie se adapta y cambia remonta picos cada vez más altos en ese “paisaje adaptativo”.  Al comienzo, dice Hamel, citando a Kuffman, partiendo de un valle profundo, todos los senderos suben, pero a medida que una especie evoluciona, el porcentaje de terreno que tiene ante sí comienza a disminuir. Con el tiempo hay menos y menos rutas que lleven hacia arriba y muchas más que llevan hacia abajo. Como resultado el ritmo de la evolución se torna más lento. En un paisaje expansivo, es decir, un paisaje salpicado de muchas rutas posibles, es probable que una especie determinada pueda escalar el equivalente evolutivo del K2 o del Kanchenjunga. Lo más probable es que su recorrido serpenteante termine en la cima de un pico local –un peñasco que es apenas una sombra de la montaña que se perfila en el horizonte.

     Aquí vi a nuestros jóvenes en la siguiente perspectiva: Inician la básica primaria, y para ello deben ayudar a la manutención del hogar, vendiendo en las calles, acompañando a sus padres en las ventas callejeras, lo que hacen sacrificando a veces horas o jornadas completas de estudio, otros acompañan a sus padres en agotadoras jornadas de pesca o labores del campo. Llegan al bachillerato e igual deben apoyar la economía familiar, en esta etapa lo hacen con mayor dificultad, pues el horario de estudio y la disciplina es más exigente, esto conlleva a una gran deserción, agravada por la pérdida del año escolar, debido a las malas calificaciones producto de la inasistencia por razones del trabajo que debe realizar para ayudar a su hogar. Deserta o termina el bachillerato y le quedan dos caminos: Uno continuar en la Universidad o un Centro Tecnológico y dos vincularse al mercado laboral vendiendo su fuerza de trabajo. Generalmente optan por la última, ya que por problemas económicos no puede continuar en la Universidad; si es osado y sale de la parroquia en busca de estudios se vincula de todas maneras al mercado laboral para proveerse de los recursos necesarios, con el agravante de por ser bachiller agropecuario su campo de desempeño en la ciudad es limitado o nulo y se ve obligado a realizar los más disimiles trabajos, los que generalmente son mal retribuido, terminando el joven prisionero en el trabajo y los problemas citadinos.

     Algunos con suficientes agallas, algo de suerte y una buena orientación logran iniciar estudios universitarios, pero los vicios de la ciudad lo atrapan terminando su asistencia a la universidad, por problemas económicos o pérdida del trabajo. Una muy, pero muy reducida minoría logra terminar, pero por los problemas del país terminan laborando en otras actividades ajenas a su profesión, con unos salarios ridículos y los más suertudos y arrojados logran engancharse en alguna empresa y trabajan con relativo éxito.

     Podemos observar la multiplicidad de caminos que se trazan en el ascenso en búsqueda de una movilidad social dentro de la pirámide de amplísima base y agudo vértice de la sociedad, y vemos como los caminos se van angostando cada vez que se tiende a escalar más alto dentro de la pirámide social. Pero vemos también como esa multiplicidad de caminos sirven de regreso a Tamalameque y a la pobreza. Pues la tendencia generalizada es volver a nuestra Patria Chica en busca de refugio a nuestras angustias y sustento a nuestras necesidades.

    Será que no podemos los padres de familia, maestros, políticos y administradores locales, iniciar un proceso de concientización en nuestros jóvenes, para mostrarles, que, si se puede, ¿qué es posible escalar la montaña con relativo éxito? ¿Será que, podemos encontrar la manera de que, el joven nuestro sienta que hay un reto y un compromiso histórico para llegar a la profesionalización?

      Pensemos, hagamos equipo, generemos propuestas, elaboremos proyectos, en fin, hagamos lo que sea por ayudar a nuestra juventud a salir del letargo en que se haya sumergida. Presionemos a las autoridades locales, gestionemos ante el alto gobierno, conformemos un comité de alto nivel tamalamequero que promueva ideas para el desarrollo social de nuestra gente y sobre todo de nuestros jóvenes.

¡Por amor a Dios, actuemos! Todavía estamos a tiempo.

(Texto publicado en uno de mis blogs el 20 de agosto del 2008)

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