Por: Diógenes Armando Pino Ávila

      En el transcurso de mi vida, sobre todo en ese hábito de observar e interpretar el comportamiento de grupos sociales y sobre todo a mis paisanos, me ha llamado poderosamente la atención de ciertos comportamientos del individuo asociados con la identidad y el sentido de pertenencia al territorio y, de cómo los códigos de la cultura afectan su comportamiento en relación con sus paisanos y con el pueblo donde nacieron.

      Si, hay códigos que ancla al individuo a su pueblo, códigos que muchas veces no sabemos descifrar o identificar con claridad, algunos lo identifican como familia, como sangre, como costumbres, como tradiciones, como herencia, como creencias, y si, todo ello hace parte de ese anclaje que llamamos identidad o sentido de pertenencia y esos elemento que hacen parte de un todo, que podemos llamar cultura, encierran dentro de sí un universo solo audible y descifrable para el individuo de ese espacio particular donde nace o se realiza.

     Hay individuos que, a pesar de nacer en un sitio, no se identifican con él, siempre llevan el equipaje a cuesta buscando mundos más grandes, pues les parece poca cosa su lugar de origen y emigran o permanecen emulando la cultura de otras partes en un claro desprecio a sus orígenes, claro está, tiene derecho a hacerlo. En cambio, otros tienen tal grado de apropiación y arraigo que viven, existen, piensan en función a su tierra, es decir, tienen un marcado y fuerte anclaje con la tierra que le vio nacer.

    Los primeros, los que no se identifican se sienten extranjeros en su pueblo y siempre tienen la ilusión de abandonar el nido para empollar en otra camada y cuando tienen la oportunidad de vivir en otro lugar, comienzan a emular las costumbres, el habla dialectal, costumbre, modas y creencias en una clara apostasía de lo propio, haciendo un oso impresionante ante propios y extraños, pues en su vana pretensión, no nota, no percibe que es y será siempre un forastero en la tierra donde habita. Y que su hablar forzado como paisa, o cachaco no deja de ser una simple y ramplona impostura rayana en la ridiculez. De todas maneras, le asiste todo el derecho a ser un impostor en otras tierras.

     Estos que apostatan de su cultura y su territorio y niegan sus orígenes, marcan distancias entre su pueblo y sus hijos, sin darse cuenta que, así eduque su prole bajo parámetros de otras culturas, lo real, lo verás son los orígenes, el apellido, la piel, la cultura, la parentela, el pueblo, lo que a la postre es inocultable, así el muchacho, su hijo, no pise nunca el pueblo donde se originaron sus padres.

     Los individuos del segundo grupo, que viven, asisten y existen con su cultura tienen un comportamiento muy original, producto de haber interpretado y comprendido los códigos culturales de su territorio, son poseídos por la magia ancestral de los orígenes, de las costumbres, creencias y tradiciones de sus abuelos, las conocen y reconocen y aun cuando no sean practicantes asiduos de ellas, la respetan al punto de guardarlas dentro de su alma y cumplen la misión sagrada de conservarlas, preservarlas y trasmitirlas a las nuevas generaciones de paisanos.

     El que se apropia de su cultura y ama su territorio, aun viva fuera de él, siempre lleva por dentro ese amor, esa identidad, ese sentido de pertenecer a un pueblo a una cultura, es decir, no importa donde esté, hacia donde se dirija, hacia donde viaje, siempre lleva en ese equipaje espiritual que nos acompaña, un pedazo de su suelo, de sus orígenes, y ese pedazo de territorio inserto en el alma es la pulsión que como brújula lo ubica y lo mantiene unido a ese norte cultural de sus orígenes.

     Estas últimas personas, son las que, sin importar donde vivan aprovechan cualquier oportunidad para visitar su pueblo y llevan sus hijos nacidos en otra parte para que conozcan la parentela, las calles, los sitios, los olores, sabores, creencias, tradiciones, cantos, bailes, leyendas, anecdotario y demás códigos propios del pueblo de sus querencias. Y no sé por qué ley atávica, los hijos de estas personas terminan amando al pueblo de sus padres y finalmente son tamalamequeros no nacidos en Tamalameque, cumpliendo lo que mamá, una vez le dijo a mi segundo hijo «…el tamalamequeros nacen donde le da la gana».

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