Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Me contaron los ancestros que hace lustros, en un río de sueños y leyendas, en sus aguas encantadas y serenas, navegaba plácidamente una nave llena de bogas de piel oscura y sonrisa deslumbrante. Si, me refiero a la famosísima cumbia del más prolífico compositor de la costa caribe colombiana, José Benito Barros quien como bardo inspirado le cantó a La Piragua de Guillermo Cubillo.

    El día miércoles pasado asistí a Chimichagua a cumplir un compromiso académico de dictar una charla sobre identidad y sentido de pertenencia al Territorio. Llegué unos minutos tardes y al entrar al sitio del evento me llevé una sorpresa, iba preparado para una charla para adultos y encuentro en el sitio niños y adolescentes, sentí el impacto del desconcierto, pero la larga practica de docente del bachillerato me hizo cambiar de canal y sintonicé de nuevo mi quehacer docente, iniciando el tema sobre el particular, pero a nivel del público asistente. Igual impacto debieron sufrir los otros panelistas que habían llegado para hablar en el evento: Un poeta, un artista plástico.

    A pesar del impacto inicial, nos adaptamos, cada uno en su rol, y sacamos adelante la charla, luego de la cual muy amablemente los organizadores del evento nos llevaron al muelle fluvial de La Ciénega de la Zapatosa, ese mar interior de aguas dulces que se abre ante los ojos del visitante, como un cuadro de colores donde se iridiscentes los tornasolados rayos de luz que el Sol brinda pródigo sobre ese espejo de agua con que Dios bendijo a los habitantes de estas “playas de amor de Chimichagua”. Hicimos fotos y videos a gusto, luego nos invitaron a subir en una Piragua, esta no a remos, pero si piloteada por un fornido moreno de pantalonetas y camiseta de algodón que mostraba sus musculosos brazos al empujar de la orilla hacia la parte profunda la pesada canoa de planchas de metal donde íbamos unas diez personas, ese Pedro Albundia moderno y musculoso, empujó y luego salto ágilmente a la borda de la embarcación y se hizo cargo de poner en marcha el fuera de borda que raudo emprendió la marcha hendiendo los pequeños rizos que la brisa levantaba sobre el agua.

   Hermoso paisaje, nos dirigíamos a una pequeña isla que se divisaba a la distancia, a La Isla Francachela, un emprendimiento turístico de una chimichaguera amiga de nombre Elizabeth Reales, la travesía no duró de diez minutos, tocamos tierra en la isla Francachela y encontramos un paraje paradisiaco donde se respiraba paz, un sitio enclavado en la ciénaga solo para descansar, para observar la naturaleza, para apartarse del mundanal mundo vocinglero de “la civilización”. Colgadas en los árboles del entorno unas 20 o 30 hamacas que invitaban al descanso, a la conversación entre amigos, hicimos una nueva sesión de fotografías para el recuerdo, luego nos recostamos en las hamacas e iniciamos una conversación de amigos, contando anécdotas de los personajes de nuestros pueblos, reímos a más no poder, luego nos invitaron a un pequeño rancho de palma donde estaba servida una larga mesa con un apetitoso plato, especialidad de la casa “Doncella ensalza” y arroz de coco, patacones y agua de panela helada, una delicia digna de paladear y repetir.

    Francachela, esa paradisiaca isla nos brinda una vista hacia la ciénaga y se divisan otras islas que deben tener su propio encanto. La amabilidad de Elizabeth, el personal que le colabora en la atención al visitante, la discreción de las señoras de la cocina, la amabilidad del Pedro Albundia moderno y sobre todo la sazón de la comida es la mejor invitación para volver.

    No logro entender, el por qué teniendo en nuestro territorio tan encantadores y bellos lugares para pasear, para vacacionar en forma cómoda y al alcance de la economía familiar por qué nos abstenemos o preferimos frecuentar lugares más distantes y atiborrados de contaminación y turistas.

    No sé por qué las administraciones locales de estos municipios, Tamalameque, El Banco y Chimichagua no se han asociado e iniciado un proyecto turístico conjunto que promueva la economía del territorio con turismo criollo. Tenemos todo en nuestra cultura: Música, danza, leyenda, paisajes, naturaleza y una gastronomía local exquisita y sobre todo una gente amable y querida que atiende con cariño al visitante.

     Invito a todos a pasar un fin de semana por estos pueblos y pasar una tarde agradable en Francachela enclavada en la ciénaga Grande de La Zapatosa.

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