En la columna pasada, publicada en este medio, narré la anécdota del amigo que aparece y desaparece y la condimenté con las preguntas de Miguel sobre “La época del totumo”, pues me llamó mucho la atención la jocosidad con que me abordó el tema de las comisiones de empalme que sufrían el que él llamó «el síndrome de Adán» comparando con la subsiguiente toma de posesión y el comienzo de lo que él también llamó «La época del totumo», el símil que hizo de las dos situaciones me pareció acertado y las diferenciaciones entre las mismas fue mucho más ajustado y gracioso, ya que en la mayoría de los pueblos pequeños del Caribe colombiano se vivieron los dos tópicos.
Hoy, analizando lo que ha pasado en algunos pueblos y viendo que ya realizan mesas de concertación con las comunidades sobre el «Plan de desarrollo municipal», suponiendo que ya estudiaron el Plan Nacional y el departamental, ya que deben estar alineados los tres, perdón, el municipal alineado con el departamental y con el nacional, pues es la única manera de jalonar recursos para inversión y desarrollo a estos pueblos empobrecidos y abandonados a través de la historia. Pienso que indiscutiblemente la producción agrícola y el apoyo eficaz al campesinado es fundamental para asegurar la seguridad alimentaria y de ésta el desarrollo de la ruralidad y en los pueblos de las márgenes del Río Grande de La Magdalena y aledaños a La ciénaga de La Zapatosa, de igual forma se deben implementar planes y proyectos que permitan mejorar la producción piscícola sostenible, al igual que otros renglones productivos.
Pero, insisto en lo que sostuve en la columna donde relaté mi visita a Usiacurí Atlántico, donde a través de la figura del poeta Julio Flórez y los artesanos de la palma de iraca y los aljibes de aguas medicinales, abrieron la ventana cultural y turística que genera ingresos a restaurantes, tiendas, bares, transportadores y artesanos, la inversión que hicieron no fue tan suntuaria ni costosa: Un amplio local «Casa de los artesanos» donde fabrican y venden sus manufacturas, un Tv de 72 pulgadas donde proyectan un documental sobre la historia, economía, cultura y paisajes del municipio, una señora que atiende amablemente al visitante que llega a la casa de los artesanos.
Una pequeña sala donde la fundación que restauró y administra la Casa Museo Julio Flórez, en esa otro Tv de 72 pulgadas, donde de proyectan un documental que muestra algo de la historia del poeta y su familia; la gestión ante el ministerio para jalonar los recursos para la restauración; el estado deplorable y ruinoso como la recibieron y el estado en que quedó después de la restauración; te dan las indicaciones de cómo comportarte al interior del museo; todo esta parte es dirigida por una niña menor de edad que acaba de terminar el grado once, pues la fundación y el colegio firmaron un convenio donde los estudiantes de último grado, pueden pagar sus horas sociales fungiendo como guías culturales.. Ahí en esa sala la Fundación te vende un tiquete de ocho mil pesos que permite que tú y tus acompañantes visiten la Casa Museo, y te venden folletos con los poemas del vate.
Con el tiquete pagado puedes ingresar a La Casa del Poeta, allí un guía te muestra narra la vida del lírico, mientras recorres los pequeños cuartos de la casa, el primero encuentras un juego de sala de la época, tejido en mimbre, colgados de la pared, dos o tres fotografías del musageta, su esposa y sus hijos, ahí mismo encuentras un pequeño escritorio y una silla donde él escribía, en otra sala el juego de comedor de igual características al de sala, en lo que solía ser el dormitorio está la tumba del poeta y su esposa y en el otro cuarto unos especie de pergaminos protegidos con vidrio, colgando de las paredes donde puedes leer los mejores poemas de bate; sales al patio y encuentras una pequeña cocina con una hornilla campesina y un patio jardín bien cuidado donde hay un pequeño quiosco y unas bancas de madera donde terminas el recorrido.
Sales de la Casa Museo y ten encuentras con un pequeño anfiteatro de gradas semicirculares descendente que hacen marco a una pequeña tarima con techo acústico y al lado de ella tres pozos de aguas medicinales con sus tablillas con sus nombres y el tipo de agua que emanan. Sales de ahí y subes a la parte trasera de la iglesia que sirve de mirador, para observar el barrio que está en la parte baja del pueblo y te distraes tomando fotos y selfis de recuerdo, pues sus techos están decorados con arte pop y un colorido que llama la atención por la belleza del conjunto.
Será que nuestros pueblos no tendrán la capacidad de explotar el turismo con tanta riqueza cultural que tenemos: ríos, ciénagas, leyendas, festivales, cultura, artesanías, personajes, tradiciones, festejos, bailes, danzas, carnavales o seguiremos pensando que la música de acordeón nos va a ayudar, aún sabiendo que eso es patrimonio, exclusivo de Valledupar.
¿Nos atrevemos a soñar?