Por Diógenes Armando Pino Ávila
En éstos, casi 50 años que llevo de observación de la Tamboras, he vivido y he sido testigo de una serie anécdotas tan divertidas e interesantes que un día de éstos, cuando la pereza me abandone las contaré en un libro.
Hoy quiero referirme a una en especial, la de una pareja de jóvenes capitalinos que me escribieron una carta, (cuando eso no había Emails, ni chats, ni WhatsApp, ni ningún otro medio de los que hoy nos brinda la Internet). En dicha carta me manifestaban su deslumbramiento por las tamboras, las que habían tenido la oportunidad de ver en un programa que pasó un canal institucional de la Tv colombiana, sobre el II Festival de la Tambora y la Guacherna de Tamalameque. Me contaban que eran estudiantes de una Universidad bogotana, que ella estudiaba Licenciatura en idiomas y él iba por mitad de la carrera de ingeniería, pero que ambos hacían parte de uno de los grupos de danza de dicha universidad.
Decían en la misiva que al mes siguiente estarían de vacaciones y que tenían programada una gira por la depresión momposina, para tener la experiencia de primera mano sobre la cultura riana. Que dejaban para último lugar en su recorrido a Tamalameque pues tenían referencias de mis inquietudes sobre la cultura del río y deseaban hacerme una entrevista y mostrarme lo que recogerían en su recorrido. Les contesté que sí, que podían pasar por mi casa cuando lo estimaran conveniente que yo los atendería en sus inquietudes.
Un mes después se presentaron en mi casa, eran un par de jóvenes de tez blanca, rubio él, ella trigueña y hermosa, ambos hablaban con esa forma ceremoniosa de: “don” y “sumercé” muy particular de los andinos y que a los caribes nos hace tanta gracia, ya que somos llanos y amigueros, y tuteamos con prontitud a las personas. Aún entraron a la casa y se presentaron, pusieron sus morrales a sus pies, sacaron cámaras, libretas y estilógrafos y comenzaron una serie de preguntas pertinentes sobre la tambora, sus aires, sus cantos, su baile. Recuerdo una pregunta que hizo la muchacha: ¿Por qué un hombre que organiza el festival, no canta, no toca ningún instrumento y no baile la tambora? No recuerdo que le contesté, a lo mejor me excusé diciendo que era arrítmico de nacimiento o qué se yo, cualquier cosa para que se rieran.
Al final de la entrevista me contaron que estuvieron en Altos del Rosario, en Hatillo, San Martín y Barranco de Loba y que tuvieron la extraordinaria experiencia de aprender a bailar bebiendo de la fuente viva de los ancianos de esos poblados, que si les permitía hacerme una muestra de lo aprendido para que les dijera si habían captado o no el baile de los ancestros del río Grande de la Magdalena. Les dije que sí. Prendieron su grabadora y al ritmo de una tambora comenzaron a bailar. Lo hacían con gracia y con entusiasmo, se notaba que tenían rato de ser bailarines en los grupos universitarios, bailaron tres tamboras.
Se sentaron sonrientes y expectantes esperaban mi veredicto. Lo pensé por espacio de dos o tres minutos, mientras veía en retrospectiva, con los ojos de la mente, la muestra de los tres bailes que habían realizado. Hice una pequeña introducción, sobre la juventud y la ancianidad, les hablé sobre los efectos de la edad sobre la motricidad de las personas. Ellos me miraban con el desconcierto de aquel que cree que su interlocutor está loco, o que responde a preguntas que no sabe la respuesta. Les sonreí y les dije, lo que bailaron es tambora, en efecto, tamboras bailadas por nuestros ancianos y ustedes los han imitado a la perfección, pero… hay un, pero, ustedes son jóvenes y deben bailarla como jóvenes. El muchacho me dijo: ¿Perdón? Usted que siempre ha hablado de la tradición y el respeto por la misma, ¿nos pide que bailemos como jóvenes? ¿No se contradice Usted? ¿Hay coherencia en su discurso?
Sonreí de nuevo y procedí a explicarles: Ustedes están imitando a los ancianos que vieron y lo hacen igual que ellos, pero no han tenido en cuenta que ellos bailan con las piernas abiertas, porque buscan un mayor ángulo de sustentación y la anciana suelta la falda con una mano y levanta el brazo un poco tratando de compensar su punto de equilibrio cuando da la vuelta. No es que las tamboras se bailan así, es la edad de ellos, las limitaciones físicas de la edad les hace bailar así. Ustedes son jóvenes, deben bailar como tal y con eso no irrespetan la tradición.
Hoy les diría en palabras de tiempo presente: Supongan que ustedes son el hardware, (la máquina) y que el baile es el software. Debes configurar el software de acuerdo al modelo del hardware. Ustedes son un modelo nuevo, entonces el software, es decir el baile, se debe hacer con la agilidad y la viveza del joven. El anciano lo baila a su ritmo con las limitaciones que su cuerpo y la edad le imponen.
Los muchachos me abrazaron y me dieron las gracias, después de conversar sobre otros aspectos de nuestra cultura se despidieron de mi con mucho cariño. No sé si supe explicarles lo que había observado, como tampoco sé si he sabido explicarles a ustedes lo que observé en ese momento.