Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Hoy sentí la necesidad de poner a consideración de mis lectores estos dos poemas con la esperanza de que sean leídos y comentados, mis lectores, esa especie de cofradía conformada por gente del común, como yo, sin pretensiones ni egos, personas que en su mayoría no nos conocemos físicamente, pero que de alguna manera conectamos, en alguna esquina de este mundo de las redes e Internet, conformando lo que un amigo le dio por llamarla “Comunidad oculta” que comentan, comparten, critican mis textos, lo que me llena de alegría  y enriquece mi producción..

A esa Comunidad oculta van dirigidos estos poemas envueltos en mi agradecido abrazo.

La Intrusa

Estás ocupando todos los rincones de mi mente

Y recorres los pasillos de mi alma

Alojándote a tu antojo en los aposentos de mi corazón.

¡No lo puedo evitar!

Solo te pido no desordenes mi vida,

Organiza con sumo cuidado y mano de mujer

El terrible caos que mi ego ha formado,

Limpia por favor, las ventanas por donde veo al mundo,

Enciende de nuevo la hoguera del amor

Y haz que provoque el deshielo del glacial

En que se han convertido mis sentimientos

¡Ah! Otra cosa, cuando salgas hazlo con cuidado

No tires tan fuerte la puerta,

Tu portazo puede despertar a la dueña de la casa.

Manzana del paraíso.

Con razón Adán, irremediablemente cayó rendido,

Inerme y desvalido,

 ante las sinuosidades del desnudo cuerpo de Eva.

No pudo el pobre resistirse a la tentación

De unos senos redondos y enhiestos que le apuntaban con la más dulce

 de las amenazas que hombre alguno haya recibido.

No tuvo coraje para resistir la embrujadora mirada de avidez,

con que esa Eva primigenia Le invitaba al acercamiento y al abrazo.

Fue incapaz de resistir la pícara sonrisa en esos los jugosos labios

humedecidos por el deseo que le incitaba a dar un apasionado beso.

El vientre plano, los torneados muslos,

Las finas vellosidades del monte venusino,

Las palabras enronquecidas por el delirio,

La invitación impúdica a invadir ese territorio Inexplorado y,

sin dueño aún, que prometía abundante miel, leche y trigo

Donde saciar por siempre el hambre sin estrenar,

esa sensación de vértigo en que se consumía su cuerpo entero,

Enardecido por un calor nunca sentido, mezcla de angustia y euforia,

Que sofocaba su mente y que, por cierto,

Le llevó a olvidar la advertencia de no probar,

no comer, no degustar la fruta del árbol prohibido.

Aquí estoy yo,

Totalmente indefenso y confundido.

parado frente al lecho de este motel pecaminoso,

Mirando tu desnudo cuerpo,

Cubierto a medias por una sábana blanca.

Aquí estoy sufriendo la misma sensación

Que en el comienzo de los tiempos

Nos condenó a vivir fuera del paraíso

Desterrados y pobres pero llenos de gozo.

Aquí estoy,

dispuesto a repetir la eterna historia

a sufrir la implacable condena,

Porque tú,

 fruta prohibida, me tientas Y me condenas

 a sufrir las mismas angustias, las mismas penas

Y a disfrutar las mismas mieles que Adán recibió de Eva

En ese lejano y perdido paraíso.

Aquí estoy, dispuesto a inmolarme ante tu belleza,

Dispuesto a probar tus mieles

Y a recibir tus apasionados besos

A sentir tu cálido abrazo y el palpitar del deseo

Que brota de tu carne virgen.

Aquí estoy sabiendo que seré expulsado, condenado Y fustigado,

Pero dispuesto a conquistar el monte del deseo Donde plantaré mi bandera

para que ondeé triunfal al viento

mostrando que fui el conquistador de nuevos mundos.

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