
Cuanto lamenté no haber podido,
Por prohibición expresa de mamá,
Subir a las alturas de ese cielo verde,
Donde refulgían jugosos luceros amarillos,
verdes y rojos.
Como envidiaba a los ángeles del vecindario
Que se columpiaban cual trapecistas osados
En esas nubes-ramas,
Mientras con insaciable apetito
Consumían esos luceros,
Esperando con ello espantar las arañas
[del hambre
Que tejían su red en nuestros estómagos.
Yo tenía que conformarme,
Desde el suelo,
A ser el observador privilegiado
De sus saltos y cabriolas,
Recostado al rugoso tronco del árbol de mango
Que servía de sustento a ese firmamento verde
Comiendo los luceros maduros
que a mis pies caían desde las alturas.