Por: Fabio Alonso Vergel Serna – economista

Durante su visita a Beijing, el gobierno colombiano firmó un memorando de entendimiento que permitirá formalizar su adhesión a la Ruta de la Seda, convirtiendo al país en el cuarto de América del Sur en sumarse a la iniciativa, tras Venezuela, Uruguay y Chile. Según el Ministerio de Comercio, se espera atraer inversión en áreas clave como energías limpias, inteligencia artificial, ciberseguridad, manufactura avanzada, agroindustria y biotecnología.

Colombia es uno de los pocos países del mundo donde China no es el principal socio comercial, hecho que refleja décadas de alineamiento forzado con Washington y la presión de gremios empresariales que actúan más como guardianes del statu quo que como promotores del desarrollo. Sin embargo, el panorama comienza a cambiar. Desde 2021, China se consolidó como el mayor inversor asiático en Colombia, marcando un contraste cada vez más evidente con el histórico sometimiento del país a los intereses de Estados Unidos. Esta relación con China, no obstante, no está exenta de contradicciones: mientras las importaciones desde el gigante asiático superan los US$15.000 millones anuales, según la Cámara Colombo China, las exportaciones colombianas siguen limitadas a materias primas sin valor agregado, perpetuando un déficit comercial estructural que el gobierno de Gustavo Petro busca revertir.

Le comento a mis nietos María Alejandra y Pablo que la subordinación de Colombia a los intereses de EE.UU. tiene raíces profundas que se remontan a principios del siglo XX. Fue entonces cuando la indemnización por la separación de Panamá —orquestada por Washington— se convirtió en un mecanismo de subordinación financiera, al quedar condicionada a la creación del Banco de la República con asesoría de la banca estadounidense. Desde ese momento, el país dejó de acudir a prestamistas europeos como Alemania o Inglaterra y afianzó una dependencia estructural con Estados Unidos. Ya antes de los acuerdos comerciales firmados durante los gobiernos de Alfonso López Pumarejo, esta relación estaba marcada por el intervencionismo y la violencia: en 1924, durante la huelga de trabajadores petroleros en Barrancabermeja, y en 1928, con la masacre de las bananeras, se evidenció el respaldo del capital estadounidense a la represión de las luchas obreras en Colombia. Estos acuerdos comerciales, lejos de representar una relación simétrica, se dieron en un contexto donde ya era evidente que los intereses de EE. UU implicaban una injerencia directa en asuntos internos. Más adelante, esa subordinación se mantuvo con hechos igualmente graves: la intervención en los sucesos del 9 de abril y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el respaldo a los gobiernos de extrema derecha de Ospina Pérez y Laureano Gómez, la participación de Colombia en la Guerra de Corea (fue el único país de Latinoamérica que envió tropas a Corea) y los bombardeos sobre el Pato, Caquetá y el sur del Tolima en los años sesenta.

Más allá de lo comercial, las relaciones con Estados Unidos han sostenido un proyecto económico y político excluyente, desigual, no democrático y basado en la concentración de la riqueza. Esta trayectoria está íntimamente ligada al carácter de la burguesía colombiana, que —como muchas en América Latina— ha sido históricamente mediocre. Incapaz de desarrollar un capitalismo nacional eficiente, se conformó con economías rentistas que la favorecen y nunca logró romper con el esquema dependiente y periférico que le impuso el sistema global.

PD. Ánimo, Lucho. Valor y paciencia. No desfallezcas. Libertad ya.

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