Por: Diógenes Armando Pino Ávila

“Las nuevas generaciones parecen mirar con desdén las danzas, cantos y costumbres que dieron identidad a sus pueblos. ¿Por qué lo propio incomoda y lo ajeno fascina?”

El miércoles 01 de octubre fui invitado por la señora rectora del colegio de bachillerato Instituto Agropecuario de mi pueblo, a un conversatorio con motivo Del día latinoamericano de la Educación artística. En el evento conversé con una treintena de muchachos sobre la cultura vernácula, el moderador, licenciado Edgar Peñaloza, proponía temas sobre las costumbre, tradiciones, leyendas, personajes y anécdotas del Tamalameque de ayer. Fue una jornada agradable, en la cual contaba a los jóvenes algunos aspectos del Tamalameque de ayer, de ese Tamalameque que viví en mi infancia, las costumbres, las tradiciones, las leyendas, en fin, la cultura vernácula.

Como siempre, cada vez que toco un tema cultural quedo conectado al mismo, meditando y reflexionando sobre el particular, esta vez no fue la excepción. Analizando en términos generales se observa que, en los pueblos y ciudades del Caribe y de muchas regiones de Colombia, encontramos este sin sentido: mientras los adultos intentan mantener vivas las expresiones culturales propias (las danzas, los cantos y las festividades) que han dado identidad por siglo a su pueblos, las nuevas generaciones llenas de indiferencia y desdén miran hacia otro lado.

Para muchos de los jóvenes, las tradiciones, las costumbres de sus mayores resultan insulsas, aburridas, pasadas de moda, envejecidas. Ellos prefieren propuestas globales, la excentricidad de la moda preferiblemente extranjera. Se inclinan por la cultura exprés del Facebook, Instagram, TikTok, YouTube, Netflix y otras redes sociales. Prefieren esto en contravía de lo propio, de la identidad de su colectivo.

¿Por qué sucede este rechazo? Es la pregunta que salta de inmediato. Para entenderlo hay que analizar estas posibles causas: La globalización y cultura de masas, donde la nutrida presencia de la música urbana, series extranjeras y modas globales, moldea y coloniza la mentalidad del joven creando un modelo de identidad no propio, que provoca la idea de que lo local es “pequeño” o irrelevante. Otro punto puede ser el estigma de atraso, algunos jóvenes miran las expresiones tradicionales como “cosa de viejos” o la signan como cultura rural y pobre. Lo anterior motivado por el temor a ser objeto de critica y burlas si baila, canta o toca una Tambora, cumbia o bullerengue.

No puedo dejar por fuera de este análisis La ruptura en la transmisión cultural. Los abuelos ya no cuentan las historias con la misma frecuencia, los ancianos ahora no son el centro de atracción en el hogar; en las casas se canta menos y la oralidad se ha debilitado. “Lo que no se conoce, no se valora”.  De otro lado también está la escasa presencia en la educación y los medios, en las escuelas, la cultura local suele aparecer como un tema de efemérides, y en la televisión predominan producciones extranjeras. La invisibilidad genera indiferencia. Otro aspecto para tener en cuenta es la Percepción de inutilidad práctica, La matriz sembrada es la obsesión por el éxito económico, lo que induce a la juventud a mirar la tradición como algo sin futuro laboral ni reconocimiento social.

Ante ese sombrío panorama se hace necesario emprender acciones que entusiasmen a las nuevas generaciones. Aunque el desafío es grande existen posibilidades y alternativas que posibilitan encender la chispa del orgullo cultural en los jóvenes, para ello hay propuestas de hacer la tradición vivencial  con Talleres de danza, gastronomía y música donde los jóvenes no sean espectadores, sino protagonistas creativos.

El uso de la tecnología como aliada. Llevando a los jóvenes a proyectos como: Cortos, reels, podcasts y documentales hechos por ellos mismos e invitarlos a viralizar sus costumbres con orgullo y dignidad digital. También es importante darles protagonismo en festividades. Invitándolos y propiciando que lideren comparsas, montajes o propuestas escénicas por su propia iniciativa donde se les permita imprimirles su sello juvenil. Sería importante conectar tradición con emprendimiento, es decir, mostrar que la cultura puede generar proyectos de turismo, diseño, moda, gastronomía o producción audiovisual. Por último, visibilizar referentes juveniles. Mediante la promoción de jóvenes artistas que resignifiquen la tradición.

La cultura vernácula no está muerta: palpita en los tambores, en las danzas, en las cocinas y en la memoria de los pueblos. Lo que falta es tender puentes para que los jóvenes la sientan suya, no como un peso del pasado, sino como un trampolín hacia el futuro. Si logramos que comprendan que en cada canto y cada baile hay un relato de resistencia, identidad y creatividad, entonces dejaremos de temer por el olvido.

Afortunadamente en el conversatorio en el colegio, los jóvenes aunque algo desorientados, se interesan, todavía por la cultura vernácula, esto es esperanzador “Porque un pueblo sin cultura propia está condenado a ser sombra. Y nuestros jóvenes merecen ser luz”.

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