Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Vivimos en un mundo convulsionado por todo tipo de violencias: familiar, económica, de género, infantil, ecológica, Gaza, Ucrania, en fin, todo tipo de actos que violentan la paz y la tranquilidad del ciudadano del común, la paz y la tranquilidad de las gentes, logrando a través de sus manifestaciones, sumir en la desesperación a personas, familias, poblaciones enteras, las que sufren despojos, asesinatos, masacres, desapariciones, desplazamientos, confinamientos en una espiral despreciable de esta violencia que nos fustiga.

    En Colombia se da otro tipo de violencia, me refiero a la violencia ejercida desde la política, la que sumida en la putrefacta corrupción ha venido, desde mucho tiempo y gobiernos atrás, apropiándose de los recursos que el estado disponía para atender las más sentidas necesidades de los desposeídos, me refiero a los dineros de agua potable, salud, educación, dineros que eran saqueados, abudineados, por utilizar un término de moda, y que nunca se denunciaba, pues nos tenían adormecidos con la violencia guerrillera.

    Esa violencia de los políticos untados hasta los tuétanos en la corrupción, era disimulada por otro tipo de violencia, antes muy sutil, pero violencia al fin y al cabo, la de los medios de comunicación, que callaban los escándalos y los grandes robos de los dineros públicos, en un carnaval de “tapen-tapen” que se puede traducir en, “roben mientras puedan, es decir, robemos”, esa violencia mediática antes sutil, se ha descarado hasta la desfachatez de convertir en partidos de oposición  los medios de comunicación tradicionales, que manipulan, tergiversan información con el malvado propósito de menoscabar la credibilidad y necesidad de los cambios que el país necesita.

    Afortunadamente, los montajes noticiosos, las calumnias, las manipulaciones, los Fake News, solo tienen una durabilidad máximo de una semana, pues hoy en día, la Internet, las redes, la prensa alternativa, aclara, denuncia, desenmascara y pone en evidencia la mala intención de las falsedades y montajes; sin embargo, hay una franja de opinión que no contrasta, no compara, y que solo lee o escucha un canal tradicional y queda atrapada con la falsedad, peor aún, la repite como un axioma, sustentando su decir, mencionando como un dogma de fe, que lo dicho es sagrado porque lo dijo un nefasto personaje, que gracias a su perversidad y poder, aún está libre, robando, dirigiendo saqueos y desinformando.

   Esta guerra mediática se ha instaurado en las redes sociales, donde se libran batallas, que se catalogarían como épicas, de no ser por lo tragicómico de sus temas y pobreza de argumentos. Bandos que se enfrentan con las armas del insulto, la palabra gruesa, la sátira procaz y el malsano deseo de ofender, no hay razonamiento, no hay análisis, no hay consistencia en la argumentación y, cuando alguno lo hace, es descalificado con epítetos como: guerrillero, comunista, socialista, castro chavista o paraco.

     Esta situación de las redes, caldea los ánimos, polariza al país y no permite una sana discusión y un debate razonado donde se analice y sopese, lo que pasó, lo que está pasando y lo que se trata de evitar para que lo que ocurrió no siga ocurriendo y, de una vez por todas, podamos superar esa voraz tendencia a despedazarnos como tribu caníbal. Es hora de hacer un alto, de detenernos a buscar un camino de reconciliación y paz que permita la hermandad y la sana convivencia del pueblo, para que Colombia sea próspera y grande como lo soñaron nuestros abuelos.

    No podemos seguir emulando a esas bellas mascotas de cuatro patas que por su instinto animal deben marcar su territorio para indicarles a los demás de su especie que ese es su entorno y que no acepta a ningún otro en él, a no ser que sea de su agrado y que sumiso esconda la cola cada vez que él, como dueño de ese espacio, gruña o ladre.

    Hay momentos en que nos desesperamos ante la actitud agresiva de contertulios que pertenecen al mismo grupo de WhatsApp, que huelen, husmean, las redes, visitan los muros de sus contactos, visitan páginas, leen los comentarios que se hacen en las noticias y cuando la noticia o los comentarios no se alinean con sus creencias, con su filiación política, entonces como los perros, levantan la pata y dejan el nauseabundo reguero de sus orines, mediante insultos y diatribas, marcando “su territorio”, negándose a tener una versión diferente de la noticia y negándole a los demás el sagrado derecho a emitir su opinión.

    Ojalá este 2024, sea de cordialidad, reconciliación y sobre todo de resiliencia entre los colombianos para tener una Patria tranquila y próspera.

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