Por: Diógenes Armando Pino Ávila

     Los ancianos del barrio Palmira de Tamalameque, llevando al Santo Cristo en andas mientras cantaban Tambora, me mostraron como un faro de luz meridiana, la esencia de nuestra identidad y de nuestros orígenes. Fue tal el impacto de ese deslumbramiento que me llevó a dedicar días enteros durante varios meses a visitar, charlar, entrevistar, observar a los ancianos del barrio Palmira. Cada día sentía que mi deslumbramiento, mi sorpresa, al acercarme a la cultura vernácula, hacía crecer la sed de saber; la necesidad de saber más sobre nuestra identidad me atrapaba.

    Entablé una amistad, sana y sincera con estos ancianos, una amistad basada en el respeto por sus saberes, por sus historias, por sus costumbres y tradiciones, vivía fascinado escuchando sus relatos y, mientras más les escuchaba más ganas sentía, de conocer en profundidad esta cultura, es decir, navegaba, sin saberlo, pero lleno de fascinación, por los senderos de un universo mágico, como denominé a ese mundo de la Tambora. Hasta ese momento creía que esa cultura era local, es decir, solo de Tamalameque, luego tuve razones por parte de esos ancianos, que en otros pueblos del río había cantadoras y ancianos que portaban esos saberes.

    Esta noticia avivó la llama de la curiosidad y decidí visitar algunos pueblos del río Grande de la Magdalena, fue así como recorrí casi todos los pueblos de la denominada Depresión Momposina, conociendo de primera mano la existencia de esta bella cultura. También entablé amistad con los ancianos sabedores de esos pueblos. Comencé a pensar que algún día tendríamos la oportunidad de reunirnos en una comunión cultural donde cada pueblo mostrara sus saberes sobre este baile cantao. Quería gritarle al mundo que del pasado resurgía, pura y preciosa una manifestación cultural olvidada por los pobladores del entorno y desconocida por el resto del mundo, esa cultura de resistencia, que se negó a morir en el olvido y que me uso como instrumento para divulgarla a ella era la Tambora y que su mundo era un Universo mágico, sorprendente y maravilloso.

     En efecto en el año 1988 en la realización del tercer Festival de la Tambora y la Guacherna invitamos a los grupos de Tambora que todavía subsistían en la Depresión Momposina y Tamalameque fue epicentro cultural, gestor del convite y testigo ático de un evento maravilloso, donde la magia de la cultura riana, deslumbró a propios y extraños. Fueron tres días de hermandad, de deslumbramiento colectivo, donde los sabedores de unos pueblos, con mucha bondad y paciencia les explicaban a los de otros pueblos como eran sus toques, su baile y su canto en las tamboras, también debo decir que, fueron tres días de mucha humildad, donde los participantes, escuchaban atentos las explicaciones de lo que los otros sabían.

    Allí tomamos consciencia de que las comunidades tienen un cerebro colectivo, una consciencia colectiva, donde atesoran sin saberlo el legado cultural de sus mayores. Allí aprendimos, además, que algunos saberes colectivos, por la Ley del uso y el desuso se olvidan, son borrados del consciente colectivo, pero subyacen en el cerebro individual de algunos ancianos, constituyéndose éstos en el guardián de la tradición olvidada que, como la semilla hibernada, solo espera el momento y las condiciones propicias para germinar de nuevo, florecer y reproducirse en el almácigo del conocimiento de las nuevas generaciones, que a partir de ahí serán depositarios y guardianes del acervo cultural de su pueblo.

    En este festival tuvimos varios hallazgos: De los cuatro aires o sones constitutivos de la Tambora de Tamalameque (Tambora-tambora, guacherna, chandé y berroche), en alguno de los demás pueblos habían perdido, por razones desconocidas, dos o tres de esos sones.  Encontramos que en Ríoviejo Bolívar no tocaban la tambora como instrumento, sino una especie de hibrido entre caja y currulao que tocaban con baquetas. Nos dimos cuenta que los ancianos de Altos del Rosario, el toque con las palmas de las manos lo hacían con unas especies de raquetas de madera. Nos fijamos que en alguno de esas comunidades tenían trastocado el toque y el baile de la guacherna con la del chandé.

     En fin, este evento fue una especie de laboratorio cultural y social donde aprendimos en comunión, donde el colectivo fue con creces bondadoso brindando sus saberes y atentos y respetuosos, aprendiendo lo olvidado. En este Festival constituimos una especie de hermandad entre elementos exógenos a la Tambora, pero que la observábamos maravillados, aprendiendo la parte sociológica y cultural de esas comunidades, entre esa hermandad logramos vincular a Simón Martínez Ubarnes, filosofo de Rincón hondo Cesar, Nicolás Maestre, coreógrafo del grupo de danzas de La UIS, Hernán Mieles, Arístides Martínez, Carlos Maldonado, Luis Gonzaga Vides,   el maestro Acosta coreógrafo del grupo de danzas de la Universidad Tecnológica del Magdalena en Santa Marta, entre otros, lo que siempre acompañaron el proceso del festiva.

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