¿SERÁ QUE MEJOR HABLO CON EL LADRÓN?
Con el canto mañanero del gallo se levantó, como todos los días, sin escapar sábados ni domingos. Se dirigió a la cocina, hizo café y mientras lo sorbía para espantar despacio el sueño de la madrugada organizó los vasos de plástico, acomodó los panes, dos termos, uno grande para la avena espesa y con trocitos de queso y el pequeño para el café hirviente, en la canasta que le había adaptado a la motocicleta.
Así empezaba a ganarse el pan diario para sostener a su famélica familia. La crisis algodonera por la apertura económica había dejado a muchas sin trabajo y a él lo había arrinconado en uno de los extremos de la pobreza teniendo que ganarse el diario sobrevivir a punta de avena, café y pan en una destartalada moto.
A la motocicleta, La Mocha, la llamaba, respondía a la tercera patada, lo único que la identificaba era su ruido autóctono, inconfundible. Viene La Mocha, gritaban los vecinos cuando entraba al barrio. Lo demás de ella era todo de segunda, regalado, encontrado o comprado por chatarra. Un guardabarro de moto estrellada olvidado a la vera del camino; una farola barata conseguida en una chatarrería sin control legal; un sillón roto regalado por un amigo que lo iba a botar; las llantas remontadas las conseguía en una llantería donde las amontonaban para reciclaje. Si más parecía un rompecabezas. Lo único que distinguía y le daba caché a La Mocha era su ruido al ser prendida.
Esa madrugada fue la última vez que La Mocha transportó a su dueño. A la vuelta de la esquina, a una cuadra del CAI del barrio, dos tipos en “tronco” de motocicleta, armados de pistolas de mentiras, se le atravesaron en el camino, tiraron los termos de avena y café al suelo, al dueño lo bajaron a empujones y le taparon la boca con un pan ocañero de quinientos pesos. Si te lo sacás de la boca, te matamos, le gritaron. Se llevaron a La Mocha.
Pero Dios aprieta, pero no ahorca
Una madrugada cualquiera un vecino lo despertó casi tumbándole la puerta para comunicarle que había visto a La Mocha, que se apurara, que él la había seguido y sabe dónde la tienen guardada.
Corrieron a la Policía, ella los acompañó y decomisaron a La Mocha y capturaron al ladrón.
Contento por la aparición de la moto, vio como al ladrón lo liberaron al segundo día.
Entre tanto La Mocha seguía presa.
No se imaginaba que había comenzado su segunda tragedia. Primero le robaron La Mocha. Ahora lleva varios días tratando de que se la devuelvan. Que firme acá, que vaya allá; no, aquí no es, es allá; el doctor está ocupado, venga después; el que firma acabo de salir, espérelo un momentico; hay señor, no sabe que hoy es el día del funcionario, en estos momentos vamos a reunirnos para hacerle un agasajo, venga en la tarde… y pasaban los días con sus noches y feriados y festivos y La Mocha seguía encarcelada.
Desesperado, se vistió con lo mejorcito de su ropaje y se dirigió a las autoridades a proponerles una idea que en la pensadera de la noche de insomnio se le ocurrió que podría facilitar la entrega de su moto: -Señores de la autoridad, ¿y si hablo con el ladrón, me podrían devolver mi Mocha-?
PRIMER RECREO: Sigo la página de la Gobernación del Cesar en Facebook y no dejo de pensar que es la página de la Gobernación de Valledupar.
SEGUNDO RECREO: Uno entiende la situación de desfinanciamiento de la educación en Colombia, pero es imperdonable que la gobernación del Cesar pretenda tener a su cargo colegios sin profesores (en Aguachica faltan, a las carreras, 40 profesores, ese dato se totalizó en reunión con rectores de Aguachica y secretaria de Educación), sin aseadoras y sin vigilantes, por no mencionar que sin funcionarios administrativos.
CACHADERA DE CLASES: Aguachica no es solo la capital del Sur sino también, la capital educativa del ente territorial gobernación del Cesar. Valledupar es un ente territorial educativo diferente al del departamento.