
Por: Diógenes Armando Pino Ávila
El sol rueda cuesta abajo
por el despeñadero del poniente,
y la luz pierde su brillo sobre el monte solitario.
La silueta opaca del cerro
engulle lentamente, … sin ganas,
la roja oblea incandescente
en que se ha convertido el astro rey.
Las sombras reptan ascendentes
las cimas del oriente,
y sigilosas corren el telón
en la escena maravillosa de la tarde,
sumiendo en la penumbra
el escenario natural del horizonte.
Con precisión de relojero,
el tiempo esculpe la noche
en este tranquilo espacio de mi mundo.
De cara al río, sentado en las gradas del puerto,
escuchando el rumor del agua turbulenta,
con paciencia espero. La segunda escena
de esta obra magistral de la natura.
El reloj, corazón mecánico del tiempo,
deja escuchar el rítmico tic tac
en que consume ocioso los segundos
como si quisiera acompañar
la música suave que entona el río.
Mientras tanto, espero…
Espero sin moverme, concentrado,
y extasiado, trato de asimilar
las maravillosas escenas transcurridas.
Por fin…!
Diviso el resplandor que emerge
del seno obscuro de la noche
y ella con todos sus fulgores
despliega su belleza femenina.
Haciendo su aparición triunfal
baña en luz el mundo que me circunda.
El río irisa su piel de agua,
los árboles lucen guirnaldas en sus follajes.
Los peces saltan y al caer de nuevo
sobre la superficie del río
arrojan pringos de rubíes derretidos.
¡Ha salido la luna…!